martes, 20 de diciembre de 2011

UNA CARRERA

Rescato ahora mi visión personal de una prueba relativamente reciente, el Maratón BTT de La Palma del Condado 2.011, disputado el pasado 15 de octubre. Sé que las descripciones y los personajes que se citan hacen que la cosa quede un poco localista. Disculpad si ello lo hace poco comprensible para algún lector, pero me apetece ponerlo por aquí.



CICLISMO DE MONTAÑA

XIII RUTA BTT CIUDAD DE LA PALMA
La Palma del Condado (Huelva) 

GRAN ÉXITO DE LOZANO EN LA PALMA

A pesar de que ya se elevaban voces críticas contra él tras los pobres resultados obtenidos en las últimas pruebas, el ciclista onubense José Luis Lozano, enrolado en las filas del C.C. Ciclotaller Francis y más conocido en el mundillo ciclista como “Jota”, cosechó un brillante éxito en el maratón celebrado el pasado sábado 15 de octubre en La Palma del Condado.

La prueba contó con la organización del C.C. La Palma y discurrió por un trazado de 70 km por los alrededores de la localidad palmerina. Casi 1.000 ciclistas se congregaron en la Plaza de España, desde donde se dio la salida con puntualidad a las 9:00 de la mañana. Tras un breve recorrido neutralizado por las calles del pueblo se lanzó la carrera por la carretera que conduce a Berrocal.

Ya desde los primeros compases “Jota” marcaría un fuerte ritmo que le permitiría integrarse en el grupo cabecero, de unas cien unidades, arrastrando tras él, entre otros, a su compañero Quique Bono y a Francisco Macías (no, el Bartolino no, el paquetillo de los Agonías). En la zona del pantano del Corumbel pagaría en parte el derroche de fuerzas perdiendo algunas posiciones, aunque las volvió a recuperar en la antigua vía férrea que transcurre paralela al Río Tinto y que lleva hasta el Puente de Gadea, por donde marchó a un ritmo frenético.

Tras la durísima subida al Cerro del Castillo se afrontarían nueve km de anchas pistas con tendencia a subir, seguidos de una vertiginosa bajada. Esta zona se vería marcada por la gran presencia de polvo que hacía muy peligrosos los tramos de bajada por lo resbaladizo del piso y, sobre todo, por la mala visibilidad. Por allí “Jota” discurre en compañía del “Acoarenático” Juan Antonio Conde (“Juandeono”) y sería alcanzado por su compañero “Franciscano” Pablo Moriña que se marcharía hacia adelante irremisiblemente.

En las primeras rampas de la única subida seria del día “Jota” advierte la amenaza de Quique Bono a unos 200 metros y decide tirar fuerte para evitar que le alcance (que después el Carril Bici es muy cruel). Tras una brillante ascensión, unos cientos de metros antes de coronar, daría caza a la promesa del ciclismo onubense Álvaro Pérez, “Alvarito” (C.C. El Granado) que andaba disputando la segunda plaza  en su categoría (no oficial al ser cadete).

Una vez coronado El Barroyuelo, “Juandeono” y “Jota” se convertirían en gregarios de “Alvarito”, manteniendo un fuerte ritmo por las pistas del Guijo. En los tramos de trialeras sería Jota quien, con su proverbial técnica, marcase un vivo ritmo en el terceto. Tras ascender de nuevo al Cerro del Castillo y atravesar la zona de toboganes después del Puente de Gadea, “Jota” impondría de nuevo una fuerte “marcheta” que no pudo ser seguida por Juan, pero si por “Alvarito”, rebasando por allí a multitud de ciclistas antes de alcanzar la población de La Palma.

Ya con el arco de llegada a la vista “Jota” reunió fuerzas para lanzar un fuerte demarraje y entrar unos metros por delante de “Alvarito”, haciéndose con un brillantísimo 8º puesto en la categoría  M-40 y 82º de la general ¡con dos cojones!

La próxima cita maratoniana para el BTT onubense tendrá lugar el sábado 5 de Noviembre con la disputa del X Maratón BTT Pinares de Cartaya, última prueba puntuable para el Circuito BTT Diputación de Huelva y también para el Open de Andalucía de Maratones. Allí “Jota” tratará de volver a cosechar otro buen resultado para sus colores, quien sabe si haciendo de gregario de Ernesto “El Bocina” o derrotando al esprín al del carrito de los “coquis” (1).



(1) Al menos esto lo explicaré. Los "coquis" eran (no sé si seguirán existiendo) una golosina en forma de helado de cucurucho, con una especie de merengue en lo alto que, al menos en Huelva, vendía un señor que montaba en un carrito triciclo similar al de la foto de arriba.




miércoles, 14 de diciembre de 2011

LA LLAMADA DE LA SIERRA



Pues resulta que ando lesionado. Como dice el amiguete Humberto, cuando te duele algo de lo que te sabes el nombre, eso ya no es dolor sino lesión. Pues yo, por culpa de mis últimos devaneos con la carrera a pie, arrastro una rotura fibrilar (autodiagnosticada) en los isquiotibiales de la pierna izquierda, ¡toma ya! Debido a esto tengo bici, zapatillas y bañador bastante aparcados y estoy cogiendo lastre a pasos agigantados.

Este pasado fin de semana anduve por nuestra sierra, con base logística en Galaroza, aprovechando un día de vacaciones para construir un pequeño puentecillo y disfrutar de aquellos parajes.

La cuestión es que el sábado, harto ya de llenar canastos y canastos de níscalos, decidí encalomarme en la gorda de emergencia que tengo por allí (mi querida “BH Churrero”) para dar un paseo relajado, sin forzar la pata para no romperme. Opté por lo más suave que se puede hacer por aquellos lares: Galaroza-Aracena-Galaroza por carretera. No es que sea llano pero no tiene sofocones que impliquen esfuerzos excesivos.

La cosa es que cuando no llevaba ni tres km por carretera veo un camino que sale a la derecha con una pinta fenomenal, entre árboles, alfombrado de hojas de castaños… en fin, una monería. No me pude resistir, sentí “la llamada de la Sierra” y me adentré por aquel camino aunque jurándome que a la menor dificultad en forma de repecho me daría la vuelta y regresaría al negro asfalto para no poner en riesgo mi maltrecha musculatura ¡Los cojones! Dos horas me pegué camino arriba, sendero abajo, trialera que va, riachuelo que viene… disfrutando como un cochino en un charco. Afortunadamente la pierna aguantó, a costa de ir siempre con un cuidado extremo y de hacer las subidas apretando casi a la pata coja.

En fin, quien me lo iba a decir a mí, que hasta no hace demasiado tiempo huía de senderos y caminos como de la peste y que llamaba a los que montaban sobre ruedas gordas “mariquitas de montaña”. Jota, no te reconozco, ¿que ha sido de aquel carretero convencido de hace unos años?...


P.D.: la foto está tomada, sin permiso, de un Sr. llamado Manolo Torres.




viernes, 2 de diciembre de 2011

MALAS COMPAÑÍAS

Recupero aquí unas líneas que escribí allá por febrero de 2.008, tras una salida cualquiera de un día cualquiera. No sé si tendrá algo que ver, pero la media que me salió ese día es la más alta que he logrado jamás fuera de competición. Supongo que la falta de riego al cerebro influiría para escribir esto.






La de ayer fue una de esas tardes en las que uno siente la necesidad de machacarse un poco sobre la bicicleta, que la tenía muy abandonada. Así que, tras comer un bocado deprisa y corriendo, me vestí de superhéroe y tiré hacia la salida más accesible de la ciudad con la insana intención de hacer la vuelta habitual por la zona de la costa a buen ritmo. El cielo no hacía presagiar nada bueno, con unos oscuros nubarrones amenazando desde el horizonte y un viento gélido que animaba más a dedicar la tarde a menesteres hogareños que a andar por ahí pegándole patadas a los pedales.

La cosa es que cuando enfilé el carril bici, sentí a mi lado la presencia de un ciclista, que no sé de dónde habría aparecido. Se trataba de un tipo con mirada torva, callado y serio hasta el extremo de parecer que estaba enfadado con el mundo.  Iba a un ritmo muy parecido al mío así que decidí hacer la ruta con él, si es que conseguía aguantarle.

Conforme iban pasando los kilómetros me daba cuenta de que el individuo al que me había ligado mi destino durante un par de horas era una especie de sádico, un ser despiadado y sin alma que haría todo lo posible por dejarme extenuado, por poner mi corazón por encima de lo que racionalmente sería aconsejable y por hacerme sentir el sabor de la sangre en mi boca reseca.

Cuando yo necesitaba subir un par de dientes para afrontar un repecho con más desahogo, él me obligaba a bajarlos y ponerme de pie sobre los pedales para mantener el ritmo. Si en un tramo en descenso mis piernas pedían a gritos dejar de dar pedales para relajar un poco, él me hacía meter toda la tranca y subir cadencia para aumentar la velocidad. Cuando mis cervicales solicitaban un instante de clemencia, él me imponía agarrarme a la parte baja del manillar para tratar de esconderme del viento que me azotaba. Si al llegar al Cruce mi ya maltrecho cuerpo hacía amago de enfilar el carril bici en busca de una reconfortante ducha caliente, él prolongaba la ruta hasta Punta Umbría, haciéndome además subir el ritmo para intentar (y conseguir) cazar a varios ciclistas que avistamos en lontananza al final de una interminable recta.

Pero el colmo del sadismo lo demostró cuando, ya en el carril bici, con el corazón en la boca y la vista nublada por ir a tope en los repechos, de repente el cielo se tiñó de un negro sepulcral y empezó a arrojar sobre mi cuerpo indefenso todo un catálogo de posibles presentaciones del líquido elemento: primero una fina lluvia, a continuación un lacerante manto de granizo y finalmente una tromba de agua que dejaba charcos de más de un palmo de profundidad en algunas zonas del asfalto. Pues bien, ni en esas condiciones, con el piso resbaladizo y el agua frenando el avance de las ruedas, tuvo mi acompañante piedad de mí y me obligó a apretar los dientes hasta llegar exhausto a la rotonda de Astilleros, punto final de la ruta.

Cuando, tras recuperar medianamente el resuello y la claridad de la vista, busqué con la mirada a mi acompañante, ya no estaba allí, se había esfumado entre la lluvia, sin despedirse, tal y como había aparecido dos horas atrás y dejándome con sensaciones contradictorias: físicamente destrozado, aterido de  frío y calado hasta los huesos pero con el regusto agradable de haber aguantado el ritmo de aquel hijoputa.

En fin, ayer salí solo, solo con mis pensamientos.