viernes, 24 de febrero de 2012

EL PODER DE LAS PALABRAS


Bueno, hoy toca historieta sin relación ninguna con el ciclismo ni el deporte. Reflexión, paja mental, vosotros veréis, pero me ha apetecido escribir sobre ello.






Nos ponemos en situación: reunión anual de comunidad de propietarios de mi bloque con afluencia masiva (por los cojones) entre la que nos contamos “mi” Pepa y un servidor. La nuestra es una de esas comunidades afectadas gravemente por deudas de propietarios (no hablamos de uno o dos recibos: de los veinte propietarios hay cuatro pisos que deben varios años de cuota). Esto hace que la situación económica no sea precisamente boyante. En otras palabras: que estamos más tiesos que las rodillas de un “click de Famóbil” (ahora creo que se llaman “Playmóbil”).

Ante tal situación, la administradora andaba proponiendo diferentes medidas de recorte (¿de qué me sonará la palabra?... debo de haberla oído en algún sitio últimamente) presupuestario para poder afrontar los gastos anuales sin tener que subir la cuota, ya bastante elevada. Una de las propuestas consistía en sustituir la empresa de mantenimiento del ascensor, dejando la actual, con una fuerte implantación y contrastada solvencia y contratando con una nueva que, sobre el papel, ofertaba los mismos servicios a un precio muy inferior.






En esas andábamos, discutiendo pros y contras del cambio, sopesando entre la posibilidad de ahorrar un buen puñado de euros y la incógnita de la calidad del servicio de la nueva empresa. La cosa no estaba muy decantada y “mi Santa” era de la opinión de que no le apetecía nada de nada la perspectiva de echar un buen rato atrapada en el ascensor en caso de avería, sin sudokus ni nada. El personal, aún sin tener una opinión firme, vio bastante razonable su postura.

Entonces, en un acto de insensatez, tomé la palabra y me atreví a llevarle la contraria ¡en público! a “la jefa” (lo pienso y me entran sudores fríos) y dije algo así como “con la que tenemos encima no está la cosa como para ir en Mercedes, más bien nos interesa un SEAT, que también funcionan”. En realidad no se trataba de una opinión firme, no es que yo pensase eso a pies juntillas. Más bien se trataba de dar un punto de vista diferente para seguir analizando la cuestión. Pues bien, fue largar la frasecita y ponerse todo el mundo de acuerdo: “es verdad”, “tienes razón”, “ahí le has dao”. Y el cambio de empresa fue aprobado sin necesidad de votación, por aclamación. Y el Jota por la puerta grande ¡Torero, torero!

La cuestión es que el suceso me dejó con una sensación extraña. Y no me refiero sólo al escalofrío en el espinazo que me causó la mirada de mi “media naranja” y al estado de acojono en que voy a vivir ante la posibilidad de que el ascensor se averíe, que ya he recibido la amenaza de que la compra la voy a subir yo con los huevos hasta el octavo. Aunque no compremos huevos. Mi desazón tiene que ver con darme cuenta del efecto que pueden provocar unas palabras dichas en el momento oportuno. Y no es necesario que se trate de argumentos contundentes, de sesudos análisis. Puede bastar con que la frase sea ingeniosa y lanzada a tiempo en el foro adecuado.

Y claro, te das cuenta de que eso no es nada intrínsecamente negativo. Lo malo viene cuando la cosa se profesionaliza, cuando personajes concienzudamente adiestrados en el manejo de sujetos y predicados utilizan sus habilidades para manipular conciencias en beneficio propio, a veces con discursos totalmente vacíos pero salpicados de frases grandilocuentes, lugares comunes y, en definitiva, de mensajes que el respetable desea oír.

Todos tenemos en mente ejemplos claros de lo que estoy diciendo en el ámbito de la política y la historia. De cabrones con pintas que se las han apañado para arrastrar detrás de sí a masas enfervorecidas a base de discursos grandilocuentes bien aderezados con ingredientes como Patria, Justicia, Dios y demás zarandajas. Pero me temo que a otros niveles, en lo cotidiano, todos estamos expuestos al asedio de una legión de charlatanes, de mayor o menor entidad, que acechan en los lugares más insospechados tratando de colarnos sus mensajes en beneficio propio (de ellos).

En fin, como os comentaba, no se trata más que de una reflexión personal, pero quizá no estaría de más que cada uno de nosotros nos parásemos a analizar si somos suficientemente críticos con los mensajes que recibimos constantemente procedentes de toda suerte de “lanzadores de palabras” profesionales.

Ahora, siendo práctico, me voy a echar un rato de bici, que hay que fortalecer las piernas: la perspectiva de afrontar ocho pisos por las escaleras cargado de bolsas del “Carreful” me trae hablando solo.




jueves, 9 de febrero de 2012

DISFRUTANDO

No tiene mucho que ver con la actualidad, ya que se trata de algo escrito al acabar una temporada competitiva de BTT (creo recordar que la 2.009) y ahora andamos en todo lo contrario, velando armas para la que se nos viene encima. Ese año fue especialmente intenso y supongo que fue el acabar hasta las narices de bici (al menos en su versión más estresante) lo que me llevó a escribir estas líneas.

De nuevo pido disculpas a los lectores no locales (si es que los hay) por la referencia a lugares concretos de la geografía onubense cuya visita, por otra parte, recomiendo encarecidamente.

La foto, como casi siempre, robada del hiperespacio, no he podido contrastar su autoría para citarla.



El domingo, tras haber concluido en Cartaya una agotadora temporada de BTT, tenía un mono de “flaca” que ni os cuento. Tras levantarme sin muchas prisas decidí marcarme en solitario una “vuelta a Cartaya” (últimamente parece que si no voy a ese pueblo no he cogido la bici, coño) a ritmo absolutamente TRANQUILO y con parada para desayunar relajadamente.

Pues bien, no os podéis ni imaginar la de cosas que descubrí, os cuento:

Resulta que unos pocos de metros después de la cuesta de “Los Alacranes”, a la derecha, ¡hay un circuito de “karts”!. Hasta el domingo lo único que había podido percibir desde unos ojos nublados por el esfuerzo de tratar de seguir los palos de algún “cabrezno” o de apretar el ritmo para tratar de evitar arreones, había sido el negro de la carretera o el culo del que me precedía, más o menos a lo lejos.

Tampoco os lo vais a creer: la cuesta del “Catapúm” ¡se puede subir a menos de 33 km/h y sin superar las 180 pulsaciones! Y cuando se llega arriba hay una vista bien bonita a la derecha, con infinidad de barquitos, la flecha del Rompido, los pinos… En fin, una monada.

Siguiendo el camino, descubrí que la recta de Punta Umbría tiene a los lados unos preciosos pinares por los que va gente paseando plácidamente tanto en bicicleta como a pie.

Ya cerca de Huelva, antes de que el carril bici cruce la carretera del espigón, os juro por estas que hay unas salinas y unos caños entre marismas con un montón de pajaritos de especies diversas… lo deben de haber puesto recientemente; mira que estoy harto de pasar por allí pero, más allá del manillar y del verde del carril no he visto nunca gran cosa.

Total, que así pienso seguir durante un tiempo, disfrutando de la bici sin sofocones y “reseteando” la cabeza y las patas de cara al año próximo, que ya se verá cómo viene. Eso sí, espero hacerlo en compañía de los amiguetes de este mundillo y terminando como debe de ser, acodado en una barra y contando batallitas mientras se trasiegan unas buenas rubias.

Salud, amigos.