Pues
últimamente no utilizo mucho esta frase, que vengo repitiendo desde
hace años en las salidas de todas las pruebas en las que participo y
con la que trato de transmitir mis mejores deseos a todos los que se
cuelgan un dorsal en el manillar (incluidos mis más acérrimos
rivales, mis compañeros de club). Será la vejez, la falta de forma,
el no tener objetivos claros, o lo que sea, pero cada vez encuentro
menos motivación para acudir a pruebas de BTT. Este año, hasta el
momento, sólo me había metido en el maratón de Aznalcóllar.
Pero
la Huelva Extrema sigue siendo algo diferente: desde su creación ha
sido cita inexcusable (salvo en 2015, cuando me la perdí por
enfermedad) y este año no iba a ser menos, había que estar en la
salida. La temporada no iba mal de km en las patas y había hecho las
cosas medianamente bien, pero estoy claramente pasado de tara, con lo
que sabía que tocaba pasarlo mal en las subidas extremas.
El
sábado, madrugón de los que castigan el cuerpo y para Higuera, con
los depósitos hasta las trancas de macarrones, como mandan los
cánones. En la salida nos juntamos en el primer cajón un buen
ramillete de eslabones (faltaba un par de desertores...), lo que hizo la espera bastante amena.
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Buena manada de monos, incluyendo el último. |
Mis
primeros km en las duras subidas serranas se resumen fácilmente:
decenas de ciclistas pidiéndome paso y adelantándome por todos
lados. Me sentía lo más parecido a una rotonda, con todo ese
tráfico rodado a mi alrededor. Al menos me llevé la satisfacción
de pasar montado por alguna zona donde había infinidad de gente
pateando.
Otro ciclista-rotonda |
Por la zona de Fuente del Rey se formó un tapón importante, que nos tuvo parados unos 7 minutos, pero bueno, ¿qué son 7 minutos en la inmensidad de una Extrema?
Alivio
al llegar al río Odiel cuando veo que este año nos ahorran el baño
matinal y se atraviesa de manera civilizada, por el puente. Y así,
sin más novedades y con menos gente pasándome (evidente, quedaba
menos personal por detrás), llego a Campofrío, donde tenía
prevista mi primera parada. Una cosita rápida, reponer líquidos,
lubricar, un par de bocados de fruta y a seguir, que hay tajo. Gracias, Ángel, por tu ofrecimiento de ayuda logística.
La
subida tras pasar por el pantano se hace durísima y, tras ella y la
de Los Ermitaños, doy una lección de técnica en la bajadilla al
muro del embalse de Tumbanales, donde pateaba todo el mundo (¡que no
era para tanto, hombres de Dios!). En la antigua vía de tren un
“quad” de asistencia se queda bloqueado en los dos pasos malos
que había y el piloto pasó las de Caín para sacarlo de allí. Dos
nuevos parones no previstos.
Paso
por Nerva sin parar y con un tiempo (según SPORTMANIACS) de cinco
horas y tres minutos, casi calcado al del año pasado y en el puesto
472º. Parecía que, más o menos, había salvado los muebles
en mi peor tramo. Eso sí, en el paso a ciegas del tubo bajo la
carretera (se ve que la organización debía alguna factura a ENDESA)
estoy a punto de partirme los piños, pero salvé la situación por
los pelos.
Bueno,
pues tocaba cambiar el “chip” y empezar a apretar un poco, sin
volverse loco pero tratando de recuperar tiempo y posiciones.
Tras
el paso por la zona de Zarandas, con algún escalón peligrosillo,
pongo un ritmito sabrosón que me permite ir pasando a bastantes
ciclistas (es cierto que muchos eran de la corta, pero también lo es
que ellos iban frescos cual rosa fresca).
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¡Chu cuchuuuuu! |
Antes
de llegar al Cachán veo al amiguete Pedro empujando la bici
penosamente. Tras pasarlo le pregunto si necesita algo y me dice que
una cámara, que ya ha tenido que usar la suya y fracasado con otra
con más agujeros que un canasto que le había cedido amablemente
Mario Cerdán. Con cierto reparo, le dejo mi única cámara y arranco
de nuevo, algo acojonadete ante la posibilidad de un pinchazo. Al menos llevaba mechas, pero con mi poca destreza en su uso, eso
no era demasiado tranquilizador.
Parada
en el avituallamiento de Berrocal donde los amiguetes del Nuevo
Molino y Juanlu me tratan a cuerpo de rey, lubricándome la bici,
dándome un “sandwich” reconstituyente, bebidas… Gracias por
todo. En fin, que con el cuerpo medio metido en caja, afronto el
temible bloque Peñas Blancas-Manzanito.
En
la subida a Peñas Blancas, siempre tratando de dosificar, me
encuentro razonablemente bien y continúo remontando puestos. Tenía
muy malos recuerdos de pasos anteriores por esa subida pero esta vez,
tomándomela con filosofía, no lo pasé tan mal.
En
el repecho de 600-700 m (durillo, pero que no se come a nadie) que
hay entre Peñas Blancas y La Revuelta del Risco, tres ciclistas de
la ruta corta iban pateando, empujando fatigosamente la bici. Uno de
ellos, una chica, preguntó si quedaba mucho para coronar el
Manzanito. Se me rompió el corazón al tener que responderle que
aquello todavía no era el Manzanito, que aún tenía que acabar esa
cuestecilla y bajar para afrontarlo. Me da a mi que la denominación
de “Cicloturista” para la ruta corta puede haber llevado a más
de uno a engaño.
Pues
bueno, Manzanito “parriba” y, más o menos, como en Peñas
Blancas: sin tirar cohetes pero remontando poco a poco. En el paso
por el control había recuperado 56 posiciones respecto a Nerva. No
está mal en ese tramo para un “culogordorodador”.
En
el avituallamiento, de nuevo recibo inmerecidas atenciones. En este
caso es Pepe el taxista quien me lubrica con esmero la bicicleta
mientras yo me metía en el cuerpo todo lo que me cabía, sólido y
líquido, incluídos dos cachitos de “sandwich” que había
acarreado en el bolsillo desde la salida hasta allí. Muchas gracias
por el favor, Pepe.
Tras
el descenso, tramo nuevo (bueno, lo conocía del maratón de
Villarrasa del año pasado) con bastante “peluseo”. Por allí me
alcanza Pedro y me devuelve una cámara que se había agenciado, lo
que me hace ir menos estresado. En general el terreno pica hacia
abajo, pero con zonas lentas y repechos que iban desgastando las
fuerzas, hasta girar al oeste frente al puente sobre el Tinto a la
altura de Villarrasa. Ahí, en terreno más rodador y con viento
favorable marcho a muy buen ritmo, rebasando a ciclistas tanto de la
corta como de la larga.
Bonita
travesía por Niebla, paso del antiguo puente férreo (buen trabajo
para adecentarlo) y a por Bonares, donde paré de nuevo a reponer
líquidos y comer un plátano (no era plan de esperar a que los
montaditos de lomo saliesen de la plancha, que había prisa). Me
daban algo de respeto las subidas de Bonares y Lucena con tantos km
en las patas, pero las aguanté con dignidad, aunque ya con algunos
amagos de calambres que conseguí que no se materializaran. En
Bonares había recuperado otros 77 puestos respecto a la posición de
El Manzanito. La experiencia es un grado.
Tras
un par de tragos de “cocacola” en Lucena me encamino hacia el
último tramo. Por las pistas entre invernaderos empiezo a notar
buenas sensaciones, con un ritmo muy superior a todo lo que se
meneaba alrededor. Tan solo el amiguete Pedro se me enganchó a
rueda, pero se detuvo en el último avituallamiento a reponer
líquidos. Yo le dije que levantaría el pie para que pudiese
engancharse de nuevo pero… mentira cochina: tras aflojar un
momentito, en cuanto vi a un par de ciclistas en lontananza, me volví
a envenenar y arranqué de nuevo la moto, ya hasta meta, en la que
entré con una inmensa satisfacción, con casi 1h menos que el año
pasado (la menor distancia y mejores condiciones meteorológicas se
han notado). Desde Bonares hasta meta remonté otros 42 puestos, para
un total de 175 desde Nerva. Lo dicho, lo de la experiencia (y que no
ando un peo para arriba, claro).
En
fin que otra Extrema en el cuerpo y a mi primo cada vez le pesa más
el pescuezo.
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¡Cómo disfruta el chiquillo con sus medallas! |
La organización, excelente, sin ningún defecto importante que reseñar y con una zona de llegada algo más cómoda que la del año pasado. A seguir en la brecha.
Enhorabuena
a todos mis compañeros del Eslabón Perdido, que completaron todos
ellos la prueba con grandes tiempos. Especial mención para nuestro
Víctor el portugués, que subió al 2º escalón del cajón en su
categoría (M-60). Grande. Y muchos ánimos para el compañero Mario que, con cuatro costillas rotas desde Nerva acabó la prueba marcándose un tiempazo. A recuperarse bien y pronto.
Y
para el año que viene pues… ya veremos, partido a partido. Habrá
que ver lo que propone la organización y, si es motivador, volver a
liarse la manta a la cabeza para hacer, al menos, algo que sé hacer
bien: bulto.
Mil
gracias a todos los que me animasteis por los caminos. En infinidad
de lugares oí, de caras conocidas y otras que no identifiqué, darme
ánimos por mi nombre… y eso tiene su mérito, dada la mala rima
que tiene mi apelativo (2) en este mundillo de la bici.
Pues
bueno, ha salido la cosa bastante “tocha” y quizá un pelín
aburrida. Pero el que quiera crónicas divertidas, ya tiene las del
amiguete Mario (¿el de las costillas? no, el del poco pelo) http://mariocerdan.blogspot.com/2019/04/huelva-extrema-2019-y-elecciones.html, un “crack” que, sin entrenar, fue todo el tramo
de la Sierra dando vueltas alrededor de la rotonda.
(1)
Para los pijoteros, los nacidos al norte de Despeñaperros y
profesores de lengua: ya sé que gramaticalmente esta frase es
incorrecta, por eso entrecomillo, pero es la forma coloquial de usar
el imperativo por aquí, al sur del sur.
(2)
“Jota”, para servir a usted.