No todo iba a ser relatar penas, momentos
ingratos y sinsabores. A veces la vida te sonríe y te muestra su cara amable y
eso me ha sucedido a mí este domingo en el maratón de Santa Ana.
Ha sido una larga travesía en el
desierto, muchas horas de dedicación sin obtener resultados satisfactorios. Mil
veces te planteas dejarlo todo, abandonar, rendirte. Te enfrentas a un muro que
piensas que jamás vas a poder escalar, no estás preparado para ello, no tienes
la suficiente capacidad para afrontar los retos que te vienen. En fin, llegas a
pensar que no vales para esto.
Recuerdo cuando arrancaba la temporada, pleno
de ilusiones y decidido a acometer la tarea poco a poco, pacientemente, que ya
se alcanzarían los resultados con el tiempo. Te metes en faena, vas
descubriendo obstáculos, ¡uff! esto no es tan fácil como uno pensaba. Desánimo,
momentos de bajón, ganas de mandarlo todo al carajo…
Menos mal que siempre he contado con el
apoyo de mis compañeros de club que siempre han estado ahí para ayudarme, para
animarme, para corregirme, para decir: “por ahí no vas bien ¿por qué no pruebas
con tal o cual cambio?” Gracias, compañeros, sin vuestro respaldo jamás lo
hubiese logrado.
Pero hay un momento en que empiezas a
notar que las piezas van encajando, que la obra va tomando forma. Algo te dice
que, en el fondo, vas por el buen camino, que alcanzarás la meta deseada más
pronto que tarde y eso te anima a trabajar más duro si cabe. Pero esto no quita
para que uno se sienta inquieto, desasosegado, pensando que, llegado el
momento, todo saldrá mal y el resultado será el fracaso y que te has dejado por
el camino un montón de horas de dedicación, de sacrificio, de esfuerzo.
Por eso la satisfacción experimentada
este pasado domingo en el Maratón de Santa Ana ha sido enorme, liberadora. Se
quita uno un peso de encima, respira hondo. El trabajo ha dado sus frutos y se
pudo ver en carrera: ¡qué chulo nos ha quedado el diseño de la equipación
nueva!
Debes de ser el único que duda de ti. Enhorabuena por la carrera!
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