No tengo mucho tiempo para escribir pero,
aprovechando que esta tarde llueve, no puedo dejar de contar algo de La Palma.
Ante todo quiero agradecer a la
organización sus esfuerzos por regalarnos un buen maratón, cosa que lograron
con creces. Lo del polvo… pues no es culpa suya si no cae una gota de agua (bueno,
esta tarde parece que sí). Mis felicitaciones a los triunfadores y palmaditas
en la espalda apara aquellos que no tuvieron su día.
Mil gracias también a los fotógrafos (Charo, Óscar, Bayo, Gema...) que nos permiten tener recuerdos de las carreras y, además en este caso, ilustrar estas líneas.
En cuanto a lo mío, pues poco que contar
(afortunadamente). Carrera sin sobresaltos más allá de que la cadena se me caía
del plato hacia la biela cada dos por tres. Pero vamos, nada importante.
El inicio fue raro: en el km 3 ó 4, por
la carretera ¡iba con amagos de calambres! Pensé que iba a sufrir un infierno
pero después no se presentarían mayores problemas en ese sentido. En el tramo
de la vía arranco motores y ofrezco mi rueda a mi compañero M-50 Víctor, pero
declina el ofrecimiento. Quique (Alimaña) si que se pega a mi rueda hasta que oímos
el típico “psss…psss…psss”, señal inequívoca de pinchazo. Supongo que él desearía
que la perjudicada fuese mi rueda trasera en la misma medida que yo rezaba
porque lo fuese su delantera. Esta vez salió cara (para mí) y fue el pobre
Quique quien se tuvo que parar a reparar. Lo siento, amiguete.
Rampón del Cerro del Castillo poniendo un
pie a tierra por un torpeo del que llevaba delante aunque después subí
pedaleando el tramo más duro. Por la pista polvorienta voy a mi ritmo,
recuperando posiciones poco a poco. En el bucle que se hacía por el oeste de la
pista coincido con Antonio Almirón y alguna
otra cara conocida. Por allí se me engancha Ernesto (el Bocina no, el otro) que
ya sería mi sombra hasta la meta. Me voy encontrando bien y subo decentemente
la pista hasta El Barroyuelo. Bajada rápida hasta el Tinto y afronto con
fuerzas la subida más larga del día. Por allí pasé a Álvaro Zaldívar (excompañero
MKM) y, ya arriba del todo, alcancé a mi amigo Javi Baca, con quien también iría
hasta La Palma.
Bajada por la pista a todo trapo, con el
riesgo de no ver nada por la nube de polvo que se formaba. Allí empiezo a notar
que las patas ya no iban del todo finas. Se me atragantaba cualquier
repechillo. Zona de trialeras bloqueado por un Monferve al que no encontraba
por dónde adelantar y a por el repechón de vuelta al Cerro del Castillo. Lo
hago enterito sobre la bici, como Dios manda, aun a costa de maltratar mis ya
resentidas patitas.
Tras pasar el puente de Gadea toca
afrontar la última zona de repechos ¡¿por qué se hace aquello tan duro?! Allí
vemos al amiguete Miguel Ángel, compañero de club (Los Guzmanes) de Javi,
pinchado. Javi se detiene para ofrecerle su cámara y yo levanto un poco el pie,
en parte para esperarlo y en parte porque llevaba ya las patas “aliñaitas”. Vamos,
más o menos en grupo, Javi, Ernesto, un Cartayero y yo (a lo mejor alguno más,
no recuerdo). El tramo de pista lo hago a relevos con Javi, a ritmo bastante “cochinero”
y una última salida de cadena a pocos metros de la llegada me impidió entrar en
meta como mandan los cánones, esprintando como un gilipollas por el puesto “taitantos”.
En definitiva, bastante satisfecho con mi
carrera aunque sin entender muy bien por qué coño se hace tan dura esta prueba
si, sobre el papel, no parece que se vaya a comer a nadie. Supongo que será por aquello de que es como las balas: el peligro no está en ellas, sino en la velocidad que llevan.
Como contaba en mi anterior entrada, casi prefiere uno que le suceda algo raro durante la carrera para tener sobre qué escribir. Si no, la cosa queda de lo más sosita, como en esta ocasión.
Nos vemos en
Cartaya.
P.D.: y a éste ¿quién coño le llamaría al móvil? Víctor ¿para qué le coges la llamada en plena cuesta?
Leche!! si había leido por ahí que era cuesta abajo... pa mi que íbais al revés ji ji ji
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