Tenía
yo una deuda que saldar con este maratón. El año pasado se me perdió algo en
las faldas del San Cristóbal y había que volver para tratar de recuperarlo (ver posdata de esta entrada).
No es
que mi carrera haya sido como para tirar ningún cohete pero, al menos, he
podido pasar por este gran maratón sin penar como el año pasado y, en la medida
de lo posible, disfrutando de su espectacular trazado.
Fresquita
estaba la mañana en los prolegómenos de la salida en Calabazares. Eso, y una
motivación, digámoslo así, “no excesiva”, provocó una de las imágenes del día: le
de mis primos “eslabones” Charly, Galaicco y Cinasky en la zona de salida. Todo
el personal agolpado tras el arco de salida, sin perder puntada, y ellos un
buen puñado de metros por detrás, esperando al solecito, tan ricamente. No
hacemos carrera de ellos.
Salida
por tramos muy rápidos, en los que la gente iba volando. Yo me lo tomo con
calma, sin asumir riesgos. Tras el paso por la Escalada empieza lo serio:
primera subida fuerte (Puerto de Zalamea-Cabeza Gorda). Por allí veo por primera
vez una imagen que se me haría familiar a lo largo de gran parte de la mañana:
el culo de Jabiker. Llego casi a su altura al coronar pero, en la bajada, me
arrea el primero de una larga serie de “gomazos”.
Después
del tramo mixto de carretera y camino subiendo tras La Escalada y la bajada
posterior bordeando el pantanito, afronto la subida de El Maíllo, con un primer
tramo precioso, junto a una rivera. Siempre con Jabiker a la vista hago la
subida a un ritmo más bien cansino.
Tras
bajar a la carretera de Gil Márquez, nuevo ramponazo rondando el 20% de
pendiente y, en la bajada posterior, un Platero estaba avisando para que redujésemos
la velocidad. El motivo, un compañero que había caído, haciéndose bastante
daño. Tras ver que había allí un buen número de compañeros ayudando decido
seguir adelante.
Subida
hacia Venta Quemada regulando, lo que no evitaba que llevase un preocupante
dolor de patas. Pese a ello voy pasando a gente y, al coronar, pillo de nuevo al
del culo, lanzándome vertiginosamente en la bajada de trialeras hacia Las Veredas (vertiginoso significa despacito y con mucho “cuidaito”, ¿no?).
Una
vez atravesada la aldea de Las Veredas viene el tramo más pestoso del día:
subida a Acebuche por un sendero minado de piedras que obligaban a innumerables
pateos. Jabiker sigue arreándome con la goma. Ya las pagará,
Más
pateos tras atravesar Arroyo, subiendo hacia el Puerto de Los Pinos y a por la
zona de “la batidora”, tramo que discurre atravesando una dehesa y con más bultos que una torta de aceite. Creo recordar que fue por allí donde me deshice definitivamente de la (siempre
agradable) compañía de Jabiker.
Hasta
ese momento había llevado las patas muy pesadas, sin chispa alguna, pero a
partir de Canaleja empecé a encontrarme bien y a subir con (relativa) soltura.
Así voy pasando a gente en el ascenso desde Los Romeros hasta la zona de Fuente
del Oro. Paso bastante bien la zona técnica que lleva a Los Molares.
En
esa aldea se encontraba el amiguete Moi, que me pregunta si quiero agua o “cer%#$eza”.
Dejo de pedalear y le pregunto ¿una cerveza, dices?, a lo que me responde: “no,
Jota, no: cerezas, cerezas”. Le suelto un improperio y sigo a lo mío.
El
ramponazo posterior a Los Molares lo hago enterito pedaleando, lo que me
permite merendarme de una tacada a Juanito, Benito y Kike. Este último estaba
de pie, doblado sobre su bici, mirándola fijamente, como si le rezase o algo así.
Disfruto
haciendo a buen ritmo la zona de piedras en subida hasta el principio del
ascenso al San Cristóbal. Pues a por él, este año no voy a arrastrarme como el
pasado: “¡A Dios pongo por testigo, que no volveré a pasarlas putas!”.
Subida
a ritmo aceptable, rodeado de féminas. Por allí andaban Bea, una tal Irene y
otra ciclista cuyo nombre ignoro y no tengo ahora mismo ganas de mirar en las
clasificaciones.
Tras coronar me lanzo al descenso y, al llegar a la zona más técnica, le digo a Bea que me pase, para no frenarla. Bajo a mi ritmo y ¡disfrutando! por las zonas trialeras. No puse ni un pié a tierra en toda la bajada. Eso sí, una mano a tierra sí que puse, cuando me caí al torpear en uno de los zig-zag y quedarme sin camino.
Una
vez alcanzado el pueblo disfruto de los últimos metros de subida a la Mezquita,
entrando en meta contento y con buenas sensaciones. Allí me encuentro con la
agradable sorpresa de la presencia de María José Peralta, que hacía tiempo que
no se dejaba caer por nuestras tierras. Se le echa de menos.
En
fin, un nuevo San Cristóbal al zurrón en un gran día de bicicleta. Felicidades
y gracias a la organización de esta gran prueba, dura de narices, bonita, bien
señalizada y con abundancia de voluntarios. Enhorabuena también a los
triunfadores y a los amiguetes que hicieron carrerones espectaculares:
Juanfran, Francis, Ernesto… (no puedo nombrarlos a todos).
Ahora a por Santa Ana… Por cierto ¿San Cristóbal?... ¿Santa Ana?... ¡Cuánto
santo, coño! ¡Por un ciclismo laico y aconfesional, ya!