lunes, 9 de mayo de 2022

DELICIOSO CHOCOLATE


Mucho tiempo llevaba sin dejarme caer por aquí. Hasta me temía que me hubiesen cerrado el chiringuito por falta de uso. Pero pienso que la ocasión merece que le eche un ratito a las teclas con motivo de mi participación en la HUEX, así que trataré de relataros mis "vivensias".

A ver… ¿por donde empezamos? Pues vamos con los antecedentes. Tras la última edición celebrada de la Huelva Extrema, allá por 2019, no había “rascado dorsal” más que en el maratón de Almonte de 2020. Cuestión de pandemias, falta de motivación y circunstancias que ahora paso a contaros, me habían alejado del jueguecito de las carreras. No es que hubiese abandonado la bici, pero mi estado de forma había decaído cual credibilidad de emérito.

En esas andaba cuando en julio del pasado verano me detectan en la patata una fibrilación auricular que me provoca arritmia y, como consecuencia, una situación de cansancio extremo. La falta de fuerzas era tal que, para subir a un tercer piso, tenía que pararme a reposar en cada descansillo de las escaleras.

Tras pasar una tarde totalmente acojonado en observación de Urgencias, medicación al canto, seguida de una cardioversión: aquello de pararte un momentito el corazón y volverlo a poner en marcha para ver si arranca bien (vamos, un reinicio del sistema en toda regla).

Mi estado físico en esos momentos me daba para paseítos andando, sentándome a descansar cada 400-500 metros. Para que os hagáis una idea de cómo me sentía os puedo comentar que un día, sentado en un banco en uno de esos descansos durante un paseo, vi a Perico Rodri (sí, nuestro ínclito exalcalde, con más años que un bosque) andando con unos bastones de “trekin” y me dio verdadera envidia ver el ritmo que llevaba, inalcanzable para mí en esos momentos. Os doy mi palabra de que esto no es ninguna exageración ni lo cuento para hacer una gracieta: es lo que sentí en ese momento.


Este señor (con más años) llegó a ser mi referente deportivo. 

Para colmo, la cardióloga me quitó el café y el alcohol 😭 y me recomendó que perdiera peso. Así que, obediente que es uno, me puse a ello.

La arritmia desapareció tras la cardioversión (veremos hasta cuando) y poco a poco fui recuperando cierta forma que me empezó a permitir dar pequeños paseos en bici que, con el tiempo, se fueron transformando en salidas un poco más decentes hasta que, a finales de 2021, nuevo parón: operación de hernia inguinal con alguna complicación y curas dolorosas. Total, que entre unas cosas y otras me planto a finales de enero sin haber pedaleado medio en serio desde muchos meses atrás y en un estado de forma absolutamente lamentable. A cambio, la báscula iba bajando a buen ritmo y me sentía con ganas de pedales.

La cicatriz de la hernia dejó de darme por saco y las sucesivas revisiones de la patata iban arrojando buenos resultados, reduciéndome la medicación progresivamente (ahora ya solo tomo media pastilla al día para evitar subidas de pulsaciones) y permitiéndome la actividad física.

Por las fechas (días cortos y fríos) empecé con el rodillo, alternando con alguna salida en solitario los fines de semana y no fue hasta principios de marzo que me atreví a una primera salida con la gorda en compañía. No me encontré mal del todo, lo que me animó a inscribirme a algo, con el planteamiento de hacerlo en plan paseo. Dado que prácticamente han desaparecido los maratones del calendario onubense de BTT y que me quedé sin dorsal para Aznalcóllar, opté por inscribirme a la media maratón de Villablanca, una modalidad que no había probado nunca y que, en principio, no me atrae en absoluto: demasiado cortas y explosivas para mí.

La cosa es que no se me dio mal por Villablanca, lo que me hizo apuntarme también a la media de Villarrasa y, bendita inconsciencia, pagar la inscripción de la HUEX, animado por mis compañeros Galaicco y Chinasky que también se habían inscrito. Si alguien me dice dos meses antes que iba a hacer una gilipollez de tal calibre, lo hubiese mandado al carajo. Eso sí, por autoengañarme, pagué el seguro de devolución por si, en un arrebato de cordura, decidía renunciar.

En Villarrasa tampoco me encontré mal del todo y, poco a poco, iba haciendo cositas más serias, con algunas rutas por terrenos escarpados, incluyendo un “reconocimiento” de la zona del Granado-Sanlúcar de la HUEX. También he retomado lo de correr a pata, al menos un día a la semana ¿Tendremos versión jotaduatleta 2.0 en un futuro? Ahí lo dejo, permanezcan atentos a sus pantallas, escucharé ofertas de patrocinadores...

Total que, entre unas cosas y otras, se me pasa el plazo de devolución de la inscripción (mentira cochina, no me planteé en serio la renuncia en ningún momento) y me planto a pocos días de la HUEX en lo que me parecía un estado de forma aceptable pero con muchas dudas en lo relativo al fondo, sin haber metido casi ninguna tirada larga, salvo una, siete días antes de la prueba, de algo menos de 5 h y media. Mis “compis” Galaicco y Chinasky, con la cabeza mejor amueblada que yo, ya habían desestimado su participación.

Eso sí, fino estoy como las chanclas de Falete. Por el camino se han quedado más de 25 kg. Para que os hagáis una idea gráfica: es como si las anteriores ediciones de la Extrema (o cualquier otra prueba) las hubiese hecho acarreando una bombona de butano, de las naranjas y llena. Lo malo es que, ahora que he perdido ese tonelaje me sobra pellejo por todas partes ¿Alguien me puede recomendar una dieta para perder pellejo?


Más o menos así hice la Extrema 2019

Antes y después de desprenderme de la bombona.

Bueno, pues al final, ahí estaba, embarcado con cierta ilusión y con todas las incertidumbres del mundo en la aventura de una nueva HUEX, según muchos, más dura que las anteriores. Para colmo, el viernes pasado mi mujer, con quien tenía planteada toda la logística pre y post carrera, dio positivo en COVID. Yo no tenía (ni he tenido después) ningún síntoma así que decidimos seguir con el plan. Eso sí, vidas lo más separadas posible en casa y en el coche con ventanas abiertas y FFP2.

¡Joder, la castaña que he largado y todavía no me he montado en la bici!

En fin, que tras todas estas vicisitudes (¿o “visicitudes”? ¿o “visisitdes”?) me encuentro el sábado en la salida de Cortegana con los amiguetes Domi, Marios (Cerdán y Gª Molina), Benito, Víctor, Pedro... con ganas de echar un buen día de campo por la provincia.

Salida desde el fondo del cajón de individuales para empezar subiendo con tranquilidad al castillo de Cortegana y, a continuación tramo de bajadas empedradas muy rápidas en las que voy totalmente cruzado. La bici me va pegando botes como una loca y tengo que ir con mucha precaución para que no me descabalgue. Vamos, lo normal cuando haces bajadas de ese tipo sin acordarte de desbloquear la horquilla: el que es paquete lo es hasta las últimas consecuencias.

Subiendo hacia Aroche y, posteriormente hacia El Mustio, voy alcanzando y soltando a conocidos: Mario Cerdán, Benito, Varela’s Brothers, Luis Burropeco, Trufero... Me siento muy suelto y el cuerpo me pide apretar, aunque trato de no hacerlo a lo loco. Tras el avituallamiento de El Centinela me habla por detrás Mario (Gª Molina) ¿Pero éste que hace aquí, si está más fuerte que el televisor de un geriátrico? Se había parado en el avituallamiento y, a partir de allí, hicimos un tramo juntos.

En las subidas previas a Santa Bárbara decido seguir a mi ritmo y Mario levanta un poco el pie. En esos momentos iba planteándome si no llevaría un ritmo demasiado alegre en los ascensos y que, más tarde o más temprano, explotaría como el Challenger (¿entenderán esto los Sub-23? ¿y los élite? ¿quizás los M-30?). Pero decidí disfrutar de mis minutos de gloria y lo que tuviese que pasar después, ya pasaría. Además, sin decir que fuese silbando, mis sensaciones no eran de ir excesivamente exigido (tampoco la pastilla me deja subir de vueltas el motor).

El "peo" del transbordador espacial Challenger, allá por 1986.

En Santa Bárbara recibo los ánimos de Pepa (mi mujer), pero no tengo la educación de parar a saludarla. Sigo hasta Paymogo, coincidiendo mucho tramo con uno de los de “gravel” y una pareja marbellí, y allí hago mi primera parada en “boxes”.

Sigo a un ritmo aceptable, pillando y soltando a algunos corredores por los parajes de la Presa del Andévalo y Mina La Isabel (se me hizo pesado el tramo de asfalto). Más adelante, hago como buenamente puedo (algún pateo cayó) la zona técnica antes de El Granado, donde vuelvo a repostar.

Nuevo pequeño pateo en el cuestón tras el primer paso de la Rivera de La Rochona y a disfrutar en la bajada algo técnica buscando el Guadiana. En los tramos del Camino Natural del Guadiana previos y posteriores a Sanlúcar me vino muy bien haberlos reconocido con anterioridad. Ya llevaba el “cuerpo hecho” a tener que patear en varias zonas y no me desesperé. Además, aproveché para refrescar la cabeza en alguno de los pasos de agua.

Breve repostaje en Sanlúcar y a por el segundo tramo del Camino Natural, seguido de los dos cuestones, anterior y posterior a la Rivera Grande, que hice con bastante dignidad. Por cierto, mis agradecimientos al que estaba en el vadeo de la rivera duchando con una botella de agua a los que pasábamos ¡gloria bendita con la “calufa” que empezaba a caer por aquellos parajes a esa hora!

Pequeña parada para evacuar líquidos y a continuación, calor de verdad subiendo hacia San Silvestre, aunque el cuerpo seguía respondiendo y la (poca) gente que seguía pillando cada vez llevaba peores caras. Nueva parada en San Silvestre donde, además de repostar líquidos y comer algo, Francis me lubrica la transmisión y me da ánimos. Gracias, amiguete. Tras San Silvestre, por si no fuese suficiente con la calor, se suma a la fiesta un nuevo invitado: viento en contra. Pues nada, toca agachar el lomo.

Después vino un tramo de repechos cortos y duros que se me hizo un poco bola, para encarar a continuación la pista hacia Costa Esuri, donde también repuse líquidos y la última patada en el pecho en forma de repecho con firme asfaltado (¿Casa de La Botica?). Al coronarlo deleité con un caballito a la afición allí congregada. Porque, levantar la rueda delantera 5 cm durante unas décimas de segundo, se puede considerar caballito ¿no?

Última subida tendida tras cruzar la autopista y a disfrutar como un niño chico hasta meta, aunque la felicidad no pudo ser completa: mi cardióloga me impidió empujarme unas birras como Dios manda (más de nueve meses van sin catarla) y la mierda del COVID plantarle un beso a Pepa, dos cosas que deseaba esos momentos con todas mis (pocas) fuerzas.

Nada más cruzar la línea de meta con un tiempo de 9h 50 min, completamente inesperado para mí, el “superespíquer” Artefacto me planta un micrófono en los morros ante el que farfullo algunas frases, supongo que inconexas. No estaba la cabeza con la lucidez necesaria para largar un discurso medianamente coherente, pero recuerdo que agradecí sus esfuerzos a organizadores, voluntarios, etc. y perdí la oportunidad de expresar mi gratitud hacia quien más ha contribuido a que, con los antecedentes que os he contado arriba, haya podido disfrutar de esta edición de la HUEX. Lo hago ahora, que se me dan mejor las cosas por escrito que ante un micro: ¡GRACIAS, PEPA!

Al poco de llegar, me comenta Pepa que he hecho cuarto en mi categoría (individual M-50) y, al rato, me llama Francis felicitándome porque soy el 50º de la general individual. En ese momento pienso: “¡ya la han liado parda los del cronometraje! Bueno, ya corregirán los errores cuando salgan las clasificaciones definitivas”. La cosa es que, a día de hoy (lunes por la noche) sigo apareciendo en esas posiciones, con lo que empiezo a creerme que puede haber algo de cierto en ellas.

En las competiciones deportivas se suele decir que el 4º puesto supone conseguir la “medalla de chocolate”. Pues asumiré que ha sido así, pero se trata de un chocolate exquisito, que me ha sabido a gloria y que, a día de hoy, sigo paladeando. Ni en mis mejores sueños podía imaginar hace tan solo cuatro meses que iba a poder siquiera empezar esta edición de la HUEX. Lo de acabarla con el mejor resultado de todas mis participaciones (todas las celebradas menos una)… pues eso, que aún no me lo creo del todo.


Mi medalla.

En fin, una Extrema más en el zurrón, disfrutada a tope. Mis agradecimientos a la organización por sacar adelante de manera brillante este gran evento, que espero que siga consolidándose en el futuro tras el parón pandémico y los problemas a los que se han enfrentado. Gracias también a la gente de los municipios por los que discurrió la prueba por volcarse con ella y a los voluntarios por su dedicación. En este sentido, aluciné con el amiguete Andrade: no lo puedo asegurar al 100%, pero creo recordar que me atendió en las mesas de ¡CINCO DE LOS AVITUALLAMIENTOS EN LOS QUE PARÉ! (y después lo vi también en meta) ¿tiene un hermano gemelo? Demostrando que no solo es un “crack” dando pedales, sino también a la hora de echar una mano.

Bueno, nos vemos en algún otro follón, que ahora estoy con ganas.


P.D. 1: ¡Pufff! Vaya tocho. Se me ha hecho casi más duro escribir este mamotreto que acabar la HUEX. Voy a comerme una barrita.

P.D. 2: sigo entrando de vez en cuando en la página de las clasificaciones para ver si las han corregido de una vez por todas y me ponen en mi sitio.

P.D. 3: ¿Tendré que cambiar el nombre del “blog” por “El blog del escalador”?


martes, 13 de agosto de 2019

BOTELLA CON MENSAJE


Empiezo a escribir estas líneas sin saber si voy a tener el valor suficiente para acabarlas. Sin tener muy claro lo que quiero exactamente plasmar en ellas. Con muchas dudas sobre si, en realidad, quiero escribirlas y sabiendo que van a caer lagrimones como puños sobre el teclado del ordenador. Lo que sí tengo claro es que por esta vía suelo expresar mejor mis sentimientos que a través de la palabra hablada y que algo me impulsa a no guardarme para mí lo que siento en estos momentos.

La cuestión es que, a mis años, resulta que me he enamorado de nuevo. Pero nada de medias tintas: colado hasta las trancas, víctima de uno de esos enamoramientos que te hacen poner cara de gilipollas solo con sentir cerca la presencia del ser querido. Se trata de una historia de besos furtivos, de caricias insinuadas sin necesidad de pedirlas, de sonrisas resplandecientes, de miradas que desarman pero… como en tantas ocasiones, se trata de un amor imposible.

Imposible por la distancia que, dentro de muy poco, de demasiado poco, de tan poco que duele pensarlo, nos separará (1). Imposible porque uno ya está comprometido (aunque, en este caso, me plantearía lo del poliamor) e imposible por la insalvable diferencia de edad. La persona objeto de mis desvelos no lleva en este mundo mucho más de dos años. Dos años y pocos días tiene Victoria. Y digo años porque, aunque me esté haciendo viejo y convirtiéndome en un sentimental, no me he vuelto tan gilipollas como para poner diminutivo a todo lo que tenga que ver con los tiernos infantes: los niños no cumplen añitos, cumplen años y no se hacen caquita, se cagan.

Pero volviendo al tema ¿Y quién es la tal Victoria? Pues una niña, hija de padres con serios problemas de salud mental, de los que tuvo que ser separada y que mi amiga (supongo que me permites que te llame así) Mercedes recibió en acogida temporal hace meses, mientras la administración formalizaba los trámite para separarla legalmente de sus padres biológicos y le encontraba una familia adoptiva definitiva.



Y la cosa es que cuando apareció entre nosotros, Victoria ere una niña huraña, con síntomas de sentir miedos, reacia a cualquier contacto, sobre todo con personas del sexo masculino. Pero gracias a las atenciones de Mercedes, se ha convertido en una persona totalmente diferente: alegre, feliz, sociable, que con sólo una mirada y una sonrisa se ha metido en el corazón de quien la ha conocido.

Por el camino, a Victoria le ha ido surgiendo toda una heterogénea familia de tíos y abuelos putativos que, con mayor o menor derramamiento de baba, hemos disfrutado de su compañía, de su sonrisa, de sus gracias, de esos ojazos… 

Me quedo con un momento. Anecdótico, tonto si queréis, pero que se me ha quedado grabado a fuego muy adentro. Os cuento: nunca he tenido un público más agradecido tocando la guitarra (aporreándola, sería más correcto) que una tarde que Victoria se me arrimó furtivamente, a escondidas del resto de gente que había en casa, algunos de los cuales le habían estado dando el coñazo para que me diera un beso, un abrazo, cualquier muestra de cariño, con nulo resultado. Entonces, cuando nadie nos veía, se me abrazó a una pierna y arrancó a bailar al ritmo de lo que salía de las cuerdas mientras apoyaba su mejilla en mi rodilla sonriendo. Cualquiera que me conozca un poquito sabrá que, en cosas de niños, a mi lado Herodes se queda a la altura de Espinete. Pero ese día, ese instante, me quedé desarmado. No podía sospechar que un gesto de una niña de dos años pudiera llegar a pasarte por encima de esa manera.




Y ahora ha llegado el momento de su partida. Ya tiene asignada su familia de adopción y dentro de pocos días la habremos perdido de vista (1). Para siempre… ¡joder, qué duro suena! Sé que voy a tener mucho tiempo la expresión sus ojos clavada en mi cerebro y, resonando en mis oídos, su voz de niña llamándome… ¡Pepe!

Y si uno lo está pasando mal en este trance de separación, ni me imagino lo que debes de estar sintiendo, Mercedes. No sé si esto te reconfortará, pero quédate con que, con tus cuidados y el cariño que le has proporcionado, has conseguido que Victoria pase los ocho meses más felices de su vida, con que su carácter ha cambiado, a mejor, como de la noche al día, con que, esperemos, irá a parar a una familia en la que seguirá siendo feliz… y ¡que coño! Nadie te va a quitar la satisfacción de que la primera vez que Victoria pronunció la palabra ¡Mamá! era tu cara la que tenía ante sus ojos.




No sé, comprendo que es una idea totalmente pueril y que jamás va a suceder, pero me da cierto calorcillo reconfortante dentro del frío polar que siento por en mi interior el hecho de pensar que estas letras recogidas en el “blog” podrían ser una especie de mensaje en una botella que, un día, por cosas del azar, fuese a parar a la playa adecuada en la que Victoria la encontraría y, tras abrirla y leer su contenido supiera que, gracias a ella, alguien comprendió que en el fondo del más insensible de los Herodes puede encontrarse aunque solo sea unas pizcas de Mary Poppins.


P.D.: Como puños. No he podido estar más de dos minutos seguidos escribiendo esto sin que se me viniese a la cabeza la resplandeciente mirada de Victoria e, inevitablemente, se me nublase la vista. Supongo que este texto estará repleto de incorrecciones, redundancias, gilipolleces, etc. Normalmente le doy muchas vueltas a lo que escribo antes de publicarlo para tratar de depurarlo todo lo posible pero, en este caso, no me veo con fuerzas, sinceramente.

(1) Empecé a escribir esto hace días. El momento de la separación ya ha sucedido y, como era de esperar, ha dolido... vaya si ha dolido.




martes, 7 de mayo de 2019

¡SUERTE Y NO “CAERSE”!(1)


Pues últimamente no utilizo mucho esta frase, que vengo repitiendo desde hace años en las salidas de todas las pruebas en las que participo y con la que trato de transmitir mis mejores deseos a todos los que se cuelgan un dorsal en el manillar (incluidos mis más acérrimos rivales, mis compañeros de club). Será la vejez, la falta de forma, el no tener objetivos claros, o lo que sea, pero cada vez encuentro menos motivación para acudir a pruebas de BTT. Este año, hasta el momento, sólo me había metido en el maratón de Aznalcóllar.

Pero la Huelva Extrema sigue siendo algo diferente: desde su creación ha sido cita inexcusable (salvo en 2015, cuando me la perdí por enfermedad) y este año no iba a ser menos, había que estar en la salida. La temporada no iba mal de km en las patas y había hecho las cosas medianamente bien, pero estoy claramente pasado de tara, con lo que sabía que tocaba pasarlo mal en las subidas extremas.

El sábado, madrugón de los que castigan el cuerpo y para Higuera, con los depósitos hasta las trancas de macarrones, como mandan los cánones. En la salida nos juntamos en el primer cajón un buen ramillete de eslabones (faltaba un par de desertores...), lo que hizo la espera bastante amena.

Buena manada de monos, incluyendo el último.
Empieza la prueba con puntualidad y a dar pedales, que queda un largo día por delante. Por cierto, una cosita: si se supone que la filosofía de la HUEX es atravesar la provincia de norte a sur ¡¡¡¿¿¿Por qué coño salimos hacia el norte???!!! ¿Hay necesidad de bajar al pantano de Aracena para meternos después entre pecho y espalda las subidas a Puerto Moral, Puerto Gil y Aracena? Pues se ve que sí, que este no es país para gordos. Pues a sufrir se ha dicho, que a eso hemos venido.

Mis primeros km en las duras subidas serranas se resumen fácilmente: decenas de ciclistas pidiéndome paso y adelantándome por todos lados. Me sentía lo más parecido a una rotonda, con todo ese tráfico rodado a mi alrededor. Al menos me llevé la satisfacción de pasar montado por alguna zona donde había infinidad de gente pateando.

Otro ciclista-rotonda

Por la zona de Fuente del Rey se formó un tapón importante, que nos tuvo parados unos 7 minutos, pero bueno, ¿qué son 7 minutos en la inmensidad de una Extrema?

Alivio al llegar al río Odiel cuando veo que este año nos ahorran el baño matinal y se atraviesa de manera civilizada, por el puente. Y así, sin más novedades y con menos gente pasándome (evidente, quedaba menos personal por detrás), llego a Campofrío, donde tenía prevista mi primera parada. Una cosita rápida, reponer líquidos, lubricar, un par de bocados de fruta y a seguir, que hay tajo. Gracias, Ángel, por tu ofrecimiento de ayuda logística.

La subida tras pasar por el pantano se hace durísima y, tras ella y la de Los Ermitaños, doy una lección de técnica en la bajadilla al muro del embalse de Tumbanales, donde pateaba todo el mundo (¡que no era para tanto, hombres de Dios!). En la antigua vía de tren un “quad” de asistencia se queda bloqueado en los dos pasos malos que había y el piloto pasó las de Caín para sacarlo de allí. Dos nuevos parones no previstos.

Paso por Nerva sin parar y con un tiempo (según SPORTMANIACS) de cinco horas y tres minutos, casi calcado al del año pasado y en el puesto 472º. Parecía que, más o menos, había salvado los muebles en mi peor tramo. Eso sí, en el paso a ciegas del tubo bajo la carretera (se ve que la organización debía alguna factura a ENDESA) estoy a punto de partirme los piños, pero salvé la situación por los pelos.

Bueno, pues tocaba cambiar el “chip” y empezar a apretar un poco, sin volverse loco pero tratando de recuperar tiempo y posiciones.

Tras el paso por la zona de Zarandas, con algún escalón peligrosillo, pongo un ritmito sabrosón que me permite ir pasando a bastantes ciclistas (es cierto que muchos eran de la corta, pero también lo es que ellos iban frescos cual rosa fresca).


¡Chu cuchuuuuu!

Antes de llegar al Cachán veo al amiguete Pedro empujando la bici penosamente. Tras pasarlo le pregunto si necesita algo y me dice que una cámara, que ya ha tenido que usar la suya y fracasado con otra con más agujeros que un canasto que le había cedido amablemente Mario Cerdán. Con cierto reparo, le dejo mi única cámara y arranco de nuevo, algo acojonadete ante la posibilidad de un pinchazo. Al menos llevaba mechas, pero con mi poca destreza en su uso, eso no era demasiado tranquilizador.

Parada en el avituallamiento de Berrocal donde los amiguetes del Nuevo Molino y Juanlu me tratan a cuerpo de rey, lubricándome la bici, dándome un “sandwich” reconstituyente, bebidas… Gracias por todo. En fin, que con el cuerpo medio metido en caja, afronto el temible bloque Peñas Blancas-Manzanito.

En la subida a Peñas Blancas, siempre tratando de dosificar, me encuentro razonablemente bien y continúo remontando puestos. Tenía muy malos recuerdos de pasos anteriores por esa subida pero esta vez, tomándomela con filosofía, no lo pasé tan mal.

En el repecho de 600-700 m (durillo, pero que no se come a nadie) que hay entre Peñas Blancas y La Revuelta del Risco, tres ciclistas de la ruta corta iban pateando, empujando fatigosamente la bici. Uno de ellos, una chica, preguntó si quedaba mucho para coronar el Manzanito. Se me rompió el corazón al tener que responderle que aquello todavía no era el Manzanito, que aún tenía que acabar esa cuestecilla y bajar para afrontarlo. Me da a mi que la denominación de “Cicloturista” para la ruta corta puede haber llevado a más de uno a engaño.

Pues bueno, Manzanito “parriba” y, más o menos, como en Peñas Blancas: sin tirar cohetes pero remontando poco a poco. En el paso por el control había recuperado 56 posiciones respecto a Nerva. No está mal en ese tramo para un “culogordorodador”.

En el avituallamiento, de nuevo recibo inmerecidas atenciones. En este caso es Pepe el taxista quien me lubrica con esmero la bicicleta mientras yo me metía en el cuerpo todo lo que me cabía, sólido y líquido, incluídos dos cachitos de “sandwich” que había acarreado en el bolsillo desde la salida hasta allí. Muchas gracias por el favor, Pepe.

Tras el descenso, tramo nuevo (bueno, lo conocía del maratón de Villarrasa del año pasado) con bastante “peluseo”. Por allí me alcanza Pedro y me devuelve una cámara que se había agenciado, lo que me hace ir menos estresado. En general el terreno pica hacia abajo, pero con zonas lentas y repechos que iban desgastando las fuerzas, hasta girar al oeste frente al puente sobre el Tinto a la altura de Villarrasa. Ahí, en terreno más rodador y con viento favorable marcho a muy buen ritmo, rebasando a ciclistas tanto de la corta como de la larga.

Bonita travesía por Niebla, paso del antiguo puente férreo (buen trabajo para adecentarlo) y a por Bonares, donde paré de nuevo a reponer líquidos y comer un plátano (no era plan de esperar a que los montaditos de lomo saliesen de la plancha, que había prisa). Me daban algo de respeto las subidas de Bonares y Lucena con tantos km en las patas, pero las aguanté con dignidad, aunque ya con algunos amagos de calambres que conseguí que no se materializaran. En Bonares había recuperado otros 77 puestos respecto a la posición de El Manzanito. La experiencia es un grado.

Tras un par de tragos de “cocacola” en Lucena me encamino hacia el último tramo. Por las pistas entre invernaderos empiezo a notar buenas sensaciones, con un ritmo muy superior a todo lo que se meneaba alrededor. Tan solo el amiguete Pedro se me enganchó a rueda, pero se detuvo en el último avituallamiento a reponer líquidos. Yo le dije que levantaría el pie para que pudiese engancharse de nuevo pero… mentira cochina: tras aflojar un momentito, en cuanto vi a un par de ciclistas en lontananza, me volví a envenenar y arranqué de nuevo la moto, ya hasta meta, en la que entré con una inmensa satisfacción, con casi 1h menos que el año pasado (la menor distancia y mejores condiciones meteorológicas se han notado). Desde Bonares hasta meta remonté otros 42 puestos, para un total de 175 desde Nerva. Lo dicho, lo de la experiencia (y que no ando un peo para arriba, claro).

En fin que otra Extrema en el cuerpo y a mi primo cada vez le pesa más el pescuezo.

¡Cómo disfruta el chiquillo con sus medallas!

La organización, excelente, sin ningún defecto importante que reseñar y con una zona de llegada algo más cómoda que la del año pasado. A seguir en la brecha.

Enhorabuena a todos mis compañeros del Eslabón Perdido, que completaron todos ellos la prueba con grandes tiempos. Especial mención para nuestro Víctor el portugués, que subió al 2º escalón del cajón en su categoría (M-60). Grande. Y muchos ánimos para el compañero Mario que, con cuatro costillas rotas desde Nerva acabó la prueba marcándose un tiempazo. A recuperarse bien y pronto. 

Y para el año que viene pues… ya veremos, partido a partido. Habrá que ver lo que propone la organización y, si es motivador, volver a liarse la manta a la cabeza para hacer, al menos, algo que sé hacer bien: bulto.

Mil gracias a todos los que me animasteis por los caminos. En infinidad de lugares oí, de caras conocidas y otras que no identifiqué, darme ánimos por mi nombre… y eso tiene su mérito, dada la mala rima que tiene mi apelativo (2) en este mundillo de la bici.

Pues bueno, ha salido la cosa bastante “tocha” y quizá un pelín aburrida. Pero el que quiera crónicas divertidas, ya tiene las del amiguete Mario (¿el de las costillas? no, el del poco pelo) http://mariocerdan.blogspot.com/2019/04/huelva-extrema-2019-y-elecciones.html, un “crack” que, sin entrenar, fue todo el tramo de la Sierra dando vueltas alrededor de la rotonda.


(1) Para los pijoteros, los nacidos al norte de Despeñaperros y profesores de lengua: ya sé que gramaticalmente esta frase es incorrecta, por eso entrecomillo, pero es la forma coloquial de usar el imperativo por aquí, al sur del sur.

(2) “Jota”, para servir a usted.

lunes, 16 de abril de 2018

OTRA VUELTA DE TUERCA


¡Si es que no se puede ser tan "bocachancla"! Despedía mi crónica de la pasada Huelva Extrema (otra-al-zurron.html) pidiendo más km para pillar a Benito ¡QUE ERA COÑAAAA, JODERRR! Pues no que van los de la organización y me hacen caso, planteando para 2018 el recorrido más exigente y largo de las seis ediciones de la prueba.

Este año llegaba a la cita cortísimo de preparación (por viajes, días de lluvia, otros enredos y cierta falta de ganas) y larguísimo de arrobas.

Véase la pequeña arruguita que me hace el "maillot" por la parte de los abdominales.

Pocas salidas he hecho este año de más de tres horas y casi nada de cuestas, salvo una incursión por terreno valverdeño, una rutita serrana de 36 km y el Maratón de Villarrasa. Para colmo, en el maratón de Valverde, prueba que debería haberme servido como referencia para la Extrema (incluso para decidir si renunciaba a ella), la mecánica sólo me dejó rodar 12 ó 13 km en lo que supuso mi primera retirada en una prueba de bicicleta, dejándome sin saber si estaba mínimamente en condiciones de afrontar el reto que suponía la prueba reina onubense.

Estos factores, unidos a la vuelta (o vuelta y media) de tuerca que suponía el nuevo trazado, hacían que lo más sensato por mi parte fuese dedicar el 14 de abril a arreglar el trastero o a ir a comprar pescado a la plaza. Pero ya se sabe, la juventud es inconsciente. Con ese panorama, decido tirar para adelante y echarle narices al asunto sin tener nada claro que pudiese superar el reto.

Y es que los puntos de corte intermedios eran muy exigentes para la "clase baja" del pelotón de la que ya me considero miembro de pleno derecho. No obstante, metiendo los datos en mi simulador de carrera (lo tengo pendiente de patente) se atisbaba algún rayito de esperanza. Sin problemas mecánicos y sin explosiones pirotécnicas, cabía alguna posibilidad de alcanzar el punto de corte de Paterna (el más exigente) a tiempo. Sin demasiada holgura, pero se podía llegar antes de la hora de cierre.

Con estas me planté en la salida de Higuera de la Sierra, sabiendo que no podía cometer el más mínimo error y que tendría que suplir con cabeza la falta de piernas. Arranca la cosa y a los pocos km, antes de abandonar el asfalto, me encuentro, por momentos, a cola de los que salimos en el primer cajón (tampoco era muy significativo, ya que los M-50 salimos al fondo de ese cajón). La salida estuvo bastante bien planteada, de modo que no se formó ningún tapón en los km iniciales.

Antes de iniciar la primera subida dura hacia Puerto Gil me quito los papeles que llevaba bajo el "maillot" a modo de cortavientos (¡Viva el ciclismo rancio!) y se los doy a un par de voluntarios que amablemente los recogieron para tirarlos en un lugar adecuado. A esas alturas de carrera me dolía el cuello de mirar a un lado y a otro a los que me adelantaban tras haber salido desde los cajones 2 y 3. Saludo a los conocidos y a lo mío, que queda mucho.

Tras pasar Corteconcepción, en el camino de la Fuente del Rey, se forman los únicos tapones del día, el primero de ellos por una subidilla técnica y el segundo por culpa de un "quad" que se emborricó en pasar por donde no cabía, con el consiguiente cabreo del personal.


No había tanto barro, pero de luces iban parecidos.

Por esa zona voy a ratos charlando con Clara, que iba haciendo la prueba con Duque. Muy bonito el camino entre Aracena y Linares y a por la segunda dificultad seria del día, la subida de La Umbría. Dura de verdad, pero con una pendiente constante que no se me dio mal del todo.

Tras otra subida y una rápida bajada se avistaba en lontananza un panorama desolador: como decía el Chinasky, lo más parecido a las manadas de ñus (o ñues, o "ñuses") cruzando los ríos del Serengueti. Sólo faltaban los cocodrilos (¡coño! ¿para qué lo he dicho? verás como los de la organización leen esto y los ponen el año que viene).

¡Las vacas del pueblo ya se han "escapao"!

Todo el pelotón con la bici al hombro vadeando el río Odiel cuando, unos 300 m aguas arriba había un puente la mar de apañado (después me diría Rafa Íñigo que estaba en una finca privada que no había permitido el acceso). A mí me llegó el agua por la mitad de los culotes pero no podía reprimir una media sonrisa malévola al pensar que Clara tendría que pasar unos instantes después.

Bueno, mi sonrisa no fue tan malvada.

Tras otra serie de duras subidas, llego a Campofrío, donde tenía planificada mi primera parada. Repongo líquidos sin perder tiempo y arreando. Hasta allí el terreno había estado casi perfecto, sin mucho barro ni grandes charcos, pero nada más salir de Campofrío el panorama cambiaría radicalmente, con un primer lodazal en subida que marcaría la tónica del resto del recorrido. El barro y el terreno pesado incrementaron notablemente la dureza del trazado.


Muchos pateaban

Llegando a Nerva alguien comenta (yo no había querido mirar el reloj) que íbamos como media hora por debajo del corte, lo que suponía ir ligeramente peor de lo que había estimado para llegar a tiempo a Paterna. Me salto este avituallamiento, según lo planificado, y a tratar de marcar un buen ritmo por toda la zona minera y el trazado junto a la vía.

A continuación, durísimas las primeras rampas hacia Berrocal tras el Puente del Cachán y llegada al pueblo (tras rebasarme por la carretera el amiguete Trufero) donde repongo líquidos de nuevo. Salida en bajada por el empedrado y a por el tramo más lento del recorrido: las seis pasadas, seis, del Barranco de la Higuera. La organización había pensado evitar ese tramo si la rivera llevaba mucho caudal. Por lo visto, una corriente capaz de arrastrar a un ciclista adulto que se ha pedido el "maillot" de la Extrema en la talla 3XL no se considera mucho caudal. Pues bueno. Pues vale. Eso sí, no pude evitar volver a sonreír malignamente...




Tras el último de los vadeos, donde un voluntario ayudaba a sacar las bicis del cauce, estaba viendo la prueba con la familia mi compañero de fatigas de hace dos ediciones, Domi, y con él, su hermano Paco que la estaba disputando y había parado a saludar.


¿Quién me presta una escalera?

Junto a Paco haría toda la Cuesta del Carril y los repechos posteriores hasta las Casas de Alacaba (La Cava en algunos mapas), así como el resto de recorrido hasta Paterna.


La cuestecita del Carril

Por las zonas rápidas tras coronar abrí gas a tope, porque sospechaba que no debíamos de ir muy sobrados para pasar el corte. En efecto, cuando avistamos el Pinguete al fondo a la derecha, Paco me pregunta cómo íbamos de tiempo, a lo que, tras consultar el reloj por primera vez, le respondo que "más justos que un deo en el culo". Teníamos algo menos de un cuarto de hora para llegar antes de las cuatro. Subo el Pinguete como buenamente puedo, entre los ánimos del personal que quedaba por allí (gracias mil) y conseguimos pasar el corte casi seis minutos antes del presunto cierre (en ese momento no sabíamos que después se ampliaría media hora).

Allí soltamos las bicis y nos dimos un pequeño respiro con bocata reparador, zumito y repostaje de líquidos. Ya habíamos acordado que trataríamos de hacer juntos el tramo Paterna-Niebla ya que en esa zona, llana y con viento, dos ciclistas colaborando pueden hacer más camino que un llanero solitario. Y Paco es de los que saben lo que es rodar.

Con él a rueda enfilo las interminables pistas hacia Villarrasa y Niebla, tratando de negociar los charcos que minaban el recorrido. En uno de ellos meto mal la bici en una rodera de barro y caigo en el charco con incuestionable estilo. Lodo hasta los ojos y magulladuras por todo el cuerpo, sobre todo en el codo derecho, pero nada importante. Lo más coñazo es que se me debió de doblar algo la patilla y no me entraba el piñón pequeño. Para que lo hiciese tenía que accionar el mando y meterme por zonas de baches, para que la vibración hiciese caer la cadena. Tipo con recursos.

Aquí quiero hacer un inciso. Se supone que en ese tipo de terreno se va mejor en grupo. Todo el mundo te da el típico consejo: "en esas pistas, coge un grupo y verás como se hace más llevadero". Pues bien, sin ser un grupo demasiado numeroso, nos juntamos por allí cuatro ciclistas (Paco, yo y otros dos) y, la verdad, yo no le vi ventaja ninguna a la cosa. Me pegué casi 25 km entre Paterna y Niebla tirando del grupo, con un único relevito de vergüenza torera del amigo Paco. A lo mejor no he entendido bien algo de lo de ir en grupo, tendré que estudiármelo mejor.

Al paso por Villarrasa, rápida parada en "boxes" fuera de lo previsto para lavarme un poco las heridas de la caída. En general los voluntarios estuvieron de cine pero lo de Villarrasa fue insuperable. Se desvivieron por ayudar en todo lo que pudieron: limpieza de herida, lavado de gafas, mandarina pelada... En fin, un lujo asiático. Gracias a todos los voluntarios.

Un poco antes de Niebla Paco empieza a flojear. Lo espero un par de veces pero finalmente me dice que prefiere levantar el pie y seguir a su ritmo, que tire yo para adelante. Lo cierto es que, aunque en cuestión de relevos no me sirviese de mucho su compañía, pienso que me vino bastante bien porque fui regulando un poco el ritmo y no me cebé del todo, como seguramente hubiera hecho de ir solo.

Tramo divertido por los alrededores de Niebla, pequeño repecho que dolió lo suyo hacia el aeródromo y subida a Bonares donde hago mi última parada prevista. Allí se vuelcan conmigo los amiguetes Emilio, Luque y alguno más, ofreciéndome todo tipo de servicios (no penséis mal, me refiero a bocata, agua, aceite, etc.).

Bueno, pues a subir los últimos repechos previos y posteriores a Lucena y ya está, a rodar tranquilamente por pistas cómodas hasta Mazagón... ¡Y UNA MIERDA! Benito, ya hablaremos de aquello que me dijiste de que esa zona era de caminos sin complicaciones. Como explorador no vales un carajo.

Primero una zona de pinar bastante bonito pero salpicada de trampas de arena y de barrizales y después un camino plagado de lagunas (llamar a aquello charcos sería faltarles el respeto) que no sabía uno por dónde negociar y en las que, irremediablemente, acababas con la rueda clavada hasta las trancas y los pies metidos en un barro inmundo.

Menos mal que los últimos km sí fueron por una pista muy ciclable por la que, a pesar del fuerte viento en contra, marché hasta Mazagón a buen ritmo. Por cierto ¿no os ha parecido que Mazagón podría competir con "Praia do Cassino" por el record Guinnes de playa más larga del mundo? ¡Puff!, la avenida no se acababa nunca.

Definitivamente, llego a meta con una satisfacción que no me cabía en el cuerpo y en un tiempo de 11:35:28. Pensaba que la podía haber hecho en unos 15 minutos menos, pero las condiciones del terreno y el viento final pesaron bastante.

No voy a decir que no sufriese, nadie me iba a creer, pero sí es cierto que, a pesar de mi falta de km este año, no pasé por momentos de grandes crisis, más allá de ir gestionando los amagos de calambres (que no se llegaron a materializar por muy poco) durante más de 100 km. Como ya he comentado arriba se trataba de suplir piernas por cabeza, y cabezota... pues eso, un poco sí.

Felicidades a todos los vencedores, a los que han conseguido superar el reto y gracias a organización, voluntarios y amiguetes por su implicación. El nuevo recorrido, pues como está comentando casi todo el mundo: espectacular hasta Paterna y más cuestionable a partir de allí, aunque con algún tramo también atractivo.

Tiempo habrá para debatir si el futuro de la prueba debe ir en la línea de primar los recorridos tan exigentes, aún a sabiendas de que se puede perder participación de lo que yo denomino "clase media-baja" (bueno, algo de "aristocracia" también puede borrarse) y que a mí, personalmente, me parece vital para sustentar un evento de estas características.

El año que viene ¿más?



P.D.: a pesar de la gentileza de la organización de alargar la ruta, Benito ha seguido mojándome la oreja a base de bien. Así que no insisto más, lo dejo por imposible, no pediré más km. Si acaso, lo de los cocodrilos, pero ya lo vamos hablando.