martes, 13 de agosto de 2019

BOTELLA CON MENSAJE


Empiezo a escribir estas líneas sin saber si voy a tener el valor suficiente para acabarlas. Sin tener muy claro lo que quiero exactamente plasmar en ellas. Con muchas dudas sobre si, en realidad, quiero escribirlas y sabiendo que van a caer lagrimones como puños sobre el teclado del ordenador. Lo que sí tengo claro es que por esta vía suelo expresar mejor mis sentimientos que a través de la palabra hablada y que algo me impulsa a no guardarme para mí lo que siento en estos momentos.

La cuestión es que, a mis años, resulta que me he enamorado de nuevo. Pero nada de medias tintas: colado hasta las trancas, víctima de uno de esos enamoramientos que te hacen poner cara de gilipollas solo con sentir cerca la presencia del ser querido. Se trata de una historia de besos furtivos, de caricias insinuadas sin necesidad de pedirlas, de sonrisas resplandecientes, de miradas que desarman pero… como en tantas ocasiones, se trata de un amor imposible.

Imposible por la distancia que, dentro de muy poco, de demasiado poco, de tan poco que duele pensarlo, nos separará (1). Imposible porque uno ya está comprometido (aunque, en este caso, me plantearía lo del poliamor) e imposible por la insalvable diferencia de edad. La persona objeto de mis desvelos no lleva en este mundo mucho más de dos años. Dos años y pocos días tiene Victoria. Y digo años porque, aunque me esté haciendo viejo y convirtiéndome en un sentimental, no me he vuelto tan gilipollas como para poner diminutivo a todo lo que tenga que ver con los tiernos infantes: los niños no cumplen añitos, cumplen años y no se hacen caquita, se cagan.

Pero volviendo al tema ¿Y quién es la tal Victoria? Pues una niña, hija de padres con serios problemas de salud mental, de los que tuvo que ser separada y que mi amiga (supongo que me permites que te llame así) Mercedes recibió en acogida temporal hace meses, mientras la administración formalizaba los trámite para separarla legalmente de sus padres biológicos y le encontraba una familia adoptiva definitiva.



Y la cosa es que cuando apareció entre nosotros, Victoria ere una niña huraña, con síntomas de sentir miedos, reacia a cualquier contacto, sobre todo con personas del sexo masculino. Pero gracias a las atenciones de Mercedes, se ha convertido en una persona totalmente diferente: alegre, feliz, sociable, que con sólo una mirada y una sonrisa se ha metido en el corazón de quien la ha conocido.

Por el camino, a Victoria le ha ido surgiendo toda una heterogénea familia de tíos y abuelos putativos que, con mayor o menor derramamiento de baba, hemos disfrutado de su compañía, de su sonrisa, de sus gracias, de esos ojazos… 

Me quedo con un momento. Anecdótico, tonto si queréis, pero que se me ha quedado grabado a fuego muy adentro. Os cuento: nunca he tenido un público más agradecido tocando la guitarra (aporreándola, sería más correcto) que una tarde que Victoria se me arrimó furtivamente, a escondidas del resto de gente que había en casa, algunos de los cuales le habían estado dando el coñazo para que me diera un beso, un abrazo, cualquier muestra de cariño, con nulo resultado. Entonces, cuando nadie nos veía, se me abrazó a una pierna y arrancó a bailar al ritmo de lo que salía de las cuerdas mientras apoyaba su mejilla en mi rodilla sonriendo. Cualquiera que me conozca un poquito sabrá que, en cosas de niños, a mi lado Herodes se queda a la altura de Espinete. Pero ese día, ese instante, me quedé desarmado. No podía sospechar que un gesto de una niña de dos años pudiera llegar a pasarte por encima de esa manera.




Y ahora ha llegado el momento de su partida. Ya tiene asignada su familia de adopción y dentro de pocos días la habremos perdido de vista (1). Para siempre… ¡joder, qué duro suena! Sé que voy a tener mucho tiempo la expresión sus ojos clavada en mi cerebro y, resonando en mis oídos, su voz de niña llamándome… ¡Pepe!

Y si uno lo está pasando mal en este trance de separación, ni me imagino lo que debes de estar sintiendo, Mercedes. No sé si esto te reconfortará, pero quédate con que, con tus cuidados y el cariño que le has proporcionado, has conseguido que Victoria pase los ocho meses más felices de su vida, con que su carácter ha cambiado, a mejor, como de la noche al día, con que, esperemos, irá a parar a una familia en la que seguirá siendo feliz… y ¡que coño! Nadie te va a quitar la satisfacción de que la primera vez que Victoria pronunció la palabra ¡Mamá! era tu cara la que tenía ante sus ojos.




No sé, comprendo que es una idea totalmente pueril y que jamás va a suceder, pero me da cierto calorcillo reconfortante dentro del frío polar que siento por en mi interior el hecho de pensar que estas letras recogidas en el “blog” podrían ser una especie de mensaje en una botella que, un día, por cosas del azar, fuese a parar a la playa adecuada en la que Victoria la encontraría y, tras abrirla y leer su contenido supiera que, gracias a ella, alguien comprendió que en el fondo del más insensible de los Herodes puede encontrarse aunque solo sea unas pizcas de Mary Poppins.


P.D.: Como puños. No he podido estar más de dos minutos seguidos escribiendo esto sin que se me viniese a la cabeza la resplandeciente mirada de Victoria e, inevitablemente, se me nublase la vista. Supongo que este texto estará repleto de incorrecciones, redundancias, gilipolleces, etc. Normalmente le doy muchas vueltas a lo que escribo antes de publicarlo para tratar de depurarlo todo lo posible pero, en este caso, no me veo con fuerzas, sinceramente.

(1) Empecé a escribir esto hace días. El momento de la separación ya ha sucedido y, como era de esperar, ha dolido... vaya si ha dolido.




2 comentarios:

  1. Voy a volver a releer, de momento digo que creo que todo se volverá a muy bien, para ella y para vosotros.

    ResponderEliminar
  2. Me gusta ese José Luis que no conozco aunque me hayas hecho llorar. Creo que Victoria ha despertado en todos y cada uno de nosotros sentimientos que desconocíamos o estaban dormidos. Con respecto a nuestra amiga, sigo diciendo que ha sido una valiente.

    ResponderEliminar