domingo, 14 de junio de 2015

PUESTA AL DÍA

Tiempo hace que no coincide que encuentre un ratito para escribir, que tenga ganas de hacerlo y que se me ocurra algo sobre lo que cascar, pero no quiero dejar de poneros al día (aunque muchos ya estáis al tanto) sobre los últimos acontecimientos que han irrumpido en mi existencia y que han condicionado, al menos temporalmente, mi relación con el hilo argumental de este “blog”: la bicicleta.

Supongo que será cosa de la edad, de la falta de mantenimiento o de que la máquina no es que sea un “rols rois”, precisamente, pero la cuestión es que mi mecánica ha empezado a dar algunos fallos. Cosas de electrónica (de chapa y motor sigo estupendo): un cable se deber de haber pelado y ha empezado a chisporrotear por la zona del ordenador de a bordo, dando como resultado una merma en el sentido del equilibrio.




La cosa empezó con unos vértigos agudos (de caerme al suelo, vamos) y fue evolucionando muy poco a poco, empezando por poder a andar por la calle con dificultad, pasando por correr por el campo con bastante normalidad y acabando en un estado de “acarajotamiento” constante (sí, más de lo normal) y sensación de desequilibrio al hacer determinados movimientos.


Tras notar una primera mejoría y reincorporarme al curro, traté de subirme en la bici, con un resultado nefasto: imposible pedalear más de unos cuantos metros. En cuanto tenía que hacer el más mínimo movimiento con la cabeza, perdía el equilibrio y me iba al suelo si no andaba listo al poner los pies. Me sentía igual que cuando, hace una pila de años, mi padre se mataba a correr detrás de mí para que no me partiese la crisma mientras daba mis primeras pedaladas vacilantes por El Real de Calañas: era como si nunca hubiese sabido montar en bici.



Tras algún diagnóstico médico poco afortunado, la solución al problema pasaba por hacer una serie de ejercicios de rehabilitación con los cuales el cerebro debía acostumbrarse a trabajar en las nuevas condiciones, con la información que actualmente recibe. Con ello, la recuperación podía ser más o menos completa, pero en todo momento me dejaron claro que lo de volver a montar en bici no era nada seguro, dependería de cómo respondiese mi pelota a los ejercicios.

Eso sí, me decían que no tendría problemas para hacer “vida  normal”. “Vida normal”… ¿pero qué es “vida normal”? Para mí, hacer “vida normal” durante mucho tiempo ha sido almorzar vestido de ciclista, estar pedaleando al poco rato con las lentejas en la boca, echar el bofe tratando de seguir la rueda de Domi por el enduro y soplarme después tres tercios fresquitos con El Churrero, por lo bien que lo hemos hecho. Esa “vida normal” sí que la veía peligrar.

Total, que me puse con lo de la rehabilitación. Los ejercicios… pues no penséis que la cosa va de levantar pesas, hacer flexiones ni matarse a abdominales. Más bien se trata de cosas de octogenario reumático: darle vueltas a una silla, mover la cabeza con gestos de afirmación y negación, tirar una pelotita y recogerla… en fin, acción trepidante como veis.



Pero me puse a ello con todas mis fuerzas (bueno, fuerzas, fuerzas, no es que hagan falta muchas) y la mayor de las disciplinas, aunque la evolución que notaba era mínima o inexistente. Durante mucho tiempo me seguía sintiendo absolutamente incapaz ni siquiera de hacer el intento de subirme a una bici. Supongo algo de secuelas había pero que en gran medida se debía al miedo a frustrarme ante un nuevo intento fallido.

El punto de inflexión fue el día de la Huelva Extrema. Tras una jornada viviendo la prueba como espectador y “con el moco caído” por no poder estar metido en el fregado, unas cuantas cervezas me dieron el ánimo suficiente para agarrar la bicicleta del amiguete “Jose Cadi”, que acababa de llegar a meta y subirme a ella cual jinete de rodeo, con el ánimo de no morder el polvo a las primeras de cambio. Eso sí, probé en blandito, en la zona de césped, por las dudas. Y la cosa no fue mal del todo: aunque me notaba inseguro, fui capaz de dar unas vueltas sin que el suelo se me subiese al hombro.

Con el ánimo por todo lo alto, el siguiente fin de semana hice una nueva prueba con resultados bastante satisfactorios. Con algunas limitaciones en determinados gestos (sobre todo al mirar hacia atrás) podía montar con relativa normalidad. Tras algo más de tres meses sin rascar pedal no os imagináis la felicidad que experimenté dando una vueltecita por los pinos, después de haber llegado a pensar que jamás volvería a poner el culo en un sillín.  

Tras ello he ido dando pasitos hacia la normalidad, llegando a salir sin problemas con el grupo de las tardes a ritmos aceptables y por todo tipo de terrenos y volviendo a utilizar mi “chiquenina” (la plegable) para los desplazamientos por ciudad.

En todo este camino ha habido momentos de incertidumbre, de miedos (a ratos, mucho miedo) y de pasarlo mal (a veces, muy mal) en los que siempre he contado con la mejor de las compañías a mi lado. En todo momento me ha apoyado, ha tratado de animarme y me ha impulsado a no rendirme.  Y la cosa tiene especial mérito dado el asquito (en parte justificado) que le tiene cogido a “la otra” (la bici). Gracias y sabes que te quiero.

Gracias también a todos los amiguetes que os habéis interesado por mi estado y que me habéis transmitido vuestros ánimos. Ya os lo pagaré con relevos largos y a buen ritmo.

Ahora, pues a tratar de volver a la normalidad. Tenía la intención de meterme en el fregado de Almonaster, aunque fuese totalmente fuera de forma. Se trataba de intentar disfrutar (o sufrir lo menos posible) y llevar la bicicleta hasta la mezquita, sin mayores pretensiones. Pero se ve que esto de las goteras va en serio: un resfriado galopante me ha dejado de nuevo en el dique seco, impidiéndome acudir al maratón y dejándome con el pellizco en el alma de haber faltado a mi cita anual con el San Cristóbal. En fin, el año que viene será.



4 comentarios:

  1. Ole ole ole. No sabes cuánto me alegro Jose Luis. Si no fuera por según qué cosas podemos hacer esta vida sería insufrible.

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  2. Que buen final tiene esta entrada. Y yo que me alegro!!
    Nos vemos dando pedales...

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  3. "echar el bofe tratando de seguir la rueda de Domi por el enduro", y ese caminito del viejo sufriendo por no perder tu rueda... ¡que me alegro de que todo vuelva a la normalidad!

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  4. Pañero, lo que tienes que hacer es pasarte al pádel, como hemos hecho todos los puretas cuarentones largos y dejar de hacer el loco por esos montes... jeje. En serio, que me alegro que vuelvas a hincarte los tercios después de la paliza, que sé que eso es lo que más echabas de menos... Te veo por el curro... ;)

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