viernes, 21 de septiembre de 2012

¡A LAS BARRICADAS! (dedicado a Humberto, madrileño de nacimiento, choquero de adopción).


Confío en la poca difusión que le supongo a este “blog” para que la presente entrada no me provoque un conflicto diplomático con los ciudadanos de la capital de las Españas. Hombre, por aquí tenemos al amiguete Humberto, que procede de “los Madriles”, pero sé que con él se puede arreglar cualquier malentendido mediante invitación a una Cruzcampo fresquita.

Por si, a pesar de todo, algún otro madrileño se asoma por aquí, que sepáis que esto no pretende más que “hacer de reir” (hacer unas risas, creo que decís por allí).

Vamos al asunto, que se hace tarde. Yo invito a la primera ronda.




Con el tiempo, la edad y la madurez uno ha llegado hasta a admitir ¡toma ya talante! que al bebedizo que se envasa y comercializa bajo la etiqueta de “Mahou” se le pueda dar la consideración de cerveza, aunque sólo sea por el pasado panturrano de la marca (sí, Mahou tuvo una planta de fabricación en Gibraleón de 1.904 a 1.912). Es más, la cinco estrellas de botella hasta me gusta. Pero de ahí a asumir que los inventores de la cerveza y, aún más, de cómo se tira una cerveza, sean los paisanos de la Cibeles, va un abismo.

Uno no es que sea Willy Fog, pero sí que ha tomado algo el aire por esos mundos de Dios. En todos los lugares que he visitado he dado cuenta de alguna que otra pinta, jarra, botella, caña, litrona o lo que se ha encartado en cada caso. Y dentro de esos destinos se encuentran algunos de tan incuestionable tradición cervecera como Irlanda, Escocia, Austria, República Checa o Alemania, esta última, concretamente, durante una verbenita que organizan a principios del otoño en Munich. Oktoberfest, creo que la llaman.




Pues bien, en ninguno de esos lugares tienen la puñetera manía de servir la cerveza al madrileñísimo modo que os describo:

1.- Ábrase el grifo del tirador hacia adelante. De él saldrá un líquido amarillo absolutamente carente de gas con el que se rellenará el vaso hasta, pizca más o menos, un centímetro del borde.

2.- Póngase la palanca en punto muerto. Dejará de salir el amarillo líquido por un instante.

3.- Engránese la marcha atrás. Al empujar la palanca hasta el fondo, el grifo comienza a arrojar una especie de “poliexpan” que forma sobre el líquido amarillo una capa densa, sólida, impenetrable, que hace imposible el acceso al, ya de por sí, poco apetecible fluido amarillo.

4.- Sírvase al cliente poniendo cara de “tomayapedazodecervezacomodiosmanda”.  

Uno ya puede ponerse en cruz, suplicar al camarero que no le añada el pegotón ese blanco al final, tratar de razonar, discutir, hacer pucheritos. Nada, que no hay manera, que de tener que atacar el vaso con martillo y cincel si quieres dar un trago, no te libra ni "Er Tato". Y lo malo es que el camarero te mira con actitud de perdonarte la vida y de decir “¡qué sabrá éste de cervezas, que no es capaz ni de apreciar una caña bien tirada!”.

Como legítima defensa sólo queda el recurso de pedirse un tercio, porque lo de tratar de razonar con ellos o el argumento de “la cerveza es para mí y me la tiras como a mí me salga de los cojones” no lleva a ninguna parte. Comprobado. Por éstas.

Lo peor del caso es que parece que la cosa se está extendiendo, ya están por aquí, los tenemos cerca de nuestras casas. Hace pocas semanas, en un bar de Huelva de cuyo nombre no quiero acordarme (pero me acuerdo, que conste), cometieron la madrileña tropelía con la cerveza que había pedido. Al solicitar que la segunda no fuese acompañada de la consabida capa de escayola, me respondieron con el peregrino argumento de “es que esta cerveza se tira así”. “¡Tequiyá, bacalao!”.

En fin, compañeros. Hagámonos fuertes, no dejemos que nos invadan. Mantengámonos firmes en las barricadas de la birra bien tirada y no consintamos que hordas de bárbaros procedentes del norte nos impongan sus usos y costumbres. La cerveza, fría como la mente de Esperanza Aguirre y espuma, la que caiga al escanciar. Y punto.

Y ya si puede ser una Cruzcampo helada y en “Los Cuartelillos”… pues que queréis que os diga… gloria bendita, oiga ¡Salud!




P.D. 1: lo de “¡una sevesita fresquita, miarma!” ya lo trataremos en otra ocasión (¡uff, hoy estoy haciendo amigos!).

P.D. 2: no me vale que algún defensor del escayolado de la cerveza recurra a los cientos de referencias que hay en la red aplaudiendo tal práctica. Ya las he leído. Me consta que hay una campaña propagandística orquestada por alguna mano negra que tiene controlados todos los medios de comunicación.



5 comentarios:

  1. Por lo menos me ha hecho reir!! Y que conste que ser madrileña no quiere decir que me guste como tiran la cerveza por allí! comparto tu opinión sobre la capa de espuma, pero no sobre la marca, todavía me resisto...

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  2. Si es que no hay nada como una cerveza servida de sevillanas maneras...

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  3. Por alusiones!! :D
    Sabiendo de mi talante dialogante y conciliador, y de nuestra afinidad tanto el "loaltolabici" como "acodado en la barra", te has atrevido a jugar sucio en un tema sagrado. Surte has tenido que me llamo Humberto y no soy "un tal Ivan" o habría azuzado a mis ordas contra ti, ¡infiel!.
    Por matizar, no se puede generalizar con la cerveza. Nosotros no. Hay tantas cervezas diferentes que si las probásemos todas (aparte de ser muyyyy felices)moriríamos antes de acabar (no sé si de cirrosis o de viejos).
    En el caso que nos ocupa, para no divagar, aclaremos que UNA CAÑA y UN TANQUE no tienen absolutamente nada que ver ni en contenido ni en continente. Siempre pensé al llegar a Huelva que para compensar lo mal que tiraban la cerveza te la ponían más grande, la cerveza, y así... nos hicimos amigos y me adoptáteis ;-) ¡echa otra!

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  4. Pues a mí lo que mas me ha gustado de esta entrada han sido las fotos...

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