Ya he contado por aquí el
especial cariño que le profeso a la Subida al San Cristóbal, que se organiza
todos los principios de primavera en el bonito pueblo de Almonaster la Real. De
ahí que acumule a día de hoy doce participaciones de trece ediciones celebradas
¡Lástima de haberme enterado tarde el primer año que se organizó!
Este año le han
dado una nueva vuelta de tuerca a la cosa. Lo que inicialmente era una subida (carretera
o BTT) de unos 10 km desde La Escalada hasta el cerro de San Cristóbal pasó a
una prueba de BTT de “veintipocos” km saliendo desde Calabazares, el año pasado
a “veintimuchos”, acabando en el centro de Almonaster y definitivamente este año se ha hecho grande:
un señor maratón de BTT de sesenta “kilometrazos”, con subidas de las de verdad
y rematado con la ascensión al San Cristóbal y posterior bajada por trialeras
hasta el pueblo para concluir con el repecho que lleva hasta la espectacular
ubicación de la meta, junto a la mezquita.
No iba yo precisamente
sobrado de moral tras mi pobre rendimiento en lo que va de temporada, mi exceso
de tonelaje y conociendo lo que nos esperaba por aquellas sierras (había hecho
el recorrido en Semana Santa, aunque sin subir al Cerro).
La noche
anterior cené como mandan los cánones: tapa de ensaladilla, tapa de “cocretas”
y unas almejas al ajillo. Un tratado de nutrición deportiva, vamos. A eso
achaqué las extrañas sensaciones estomacales que tenía a la mañana siguiente,
que remitieron previa visita al Sr. Roca y posterior desayuno.
Desde la salida
en Calabazares voy con malas piernas y esto se acrecienta cuando los caminos empiezan
a apuntar hacia el cielo. La sensación es de no ir forzando pero… de no poder
forzar. Mantenía un ritmo que no me castigaba las piernas pero me resultaba
absolutamente imposible apretar. Así me arrastré por la subida de Cabeza Gorda,
los tremendos rampones hacia La Lima, la
primera subida hacia Risco Malillo, la segunda, tras el fiestorro aquel que había
en Los Serpos, el cuestón tras la carretera de Gil Márquez…
Marchaba realmente mal, a un ritmo mucho menor que el día que anduve reconociendo el recorrido hace unas semanas. Y eso que aquel día iba con una de aquellas bicicletas antiguas que tenían unas ruedecitas muy pequeñas. Veintiséis pulgadas, creo recordar que medían de diámetro, no sé si os acordaréis.
Paulatinamente me iban adelantando ciclistas que cada vez me minaban más la moral. La mayor parte del recorrido lo hice en la relativa compañía del amiguete Benito. Digo relativa porque a veces se me marchaba unos metros, otras me adelantaba yo tras parar él a repostar, pero siempre anduvimos cerca.
Paulatinamente me iban adelantando ciclistas que cada vez me minaban más la moral. La mayor parte del recorrido lo hice en la relativa compañía del amiguete Benito. Digo relativa porque a veces se me marchaba unos metros, otras me adelantaba yo tras parar él a repostar, pero siempre anduvimos cerca.
La subida a
Venta Quemada (la que acababa antes de empezar la bajada hacia Las Veredas) fue
el único momento en que me sentí medianamente bien. Encontré un golpe de
pedal medio decente y fui dejando a gente por detrás. Bajada de la trialera
hacia Las Veredas sin demasiados “torpeos”, parada a repostar en el pueblo y a
afrontar la parte final.
La zona de
pateos después de Las Veredas termina de darme la puntilla. Al llegar a
Almonaster me planteo muy seriamente mandarlo todo al carajo e irme al coche. Tres
fueron los argumentos que manejaba en la pelota y que me impidieron hacerlo:
- En ocho años que llevo haciendo maratones de BTT jamás
he abandonado ni optado por una ruta corta. No era plan de echar un borrón en
la hoja de servicios.
-
Me he planteado este año dedicarle todas las llegadas a
cierta personita.
-
Estaba en el San Cristóbal, palabras mayores. Allí no
se abandona por tonterías.
Reuní las pocas
fuerzas que tenía y para arriba, a reptar por las tremendas rampas. En el
primer repecho duro trato de bloquear la horquilla y se me rompe la palanquita,
cayendo al suelo. Me quedo mentalmente con el sitio para intentar recuperarla más
tarde. Si me llego a parar no sé si hubiese podido volver a arrancar.
A media subida
me alcanza Benito, que se había quedado por detrás en la subida a Venta
Quemada. Me sobrepasa sin esfuerzo aparente y me ofrece algo de comer (gracias,
colega). Declino la invitación (me había alimentado aceptablemente en la ruta)
y sigo negociando con mis piernas para dar cada una de las pedaladas. Era absolutamente
deprimente mirar al cuentakm y ver un cero pelotero en pantalla (por debajo de
4 km/h el cacharro tiene esa fea costumbre).
Por fin corono
la ascensión, con mucha pena y ninguna gloria, y me dejo caer con precaución
por las trialeras hacia Almonaster. A pesar de la prudencia estoy a punto de “salir
por orejas” en una ocasión, pero logro evitarlo. Con toda calma atravieso las
calles del pueblo y afronto la subida a la mezquita con la relativa satisfacción
de no haberme rendido y haber conseguido llevar la bicicleta hasta la meta. Pero
ha costado, os lo aseguro. De no haber sido por el amor que siento hacia esta
prueba, probablemente no hubiese encontrado la motivación necesaria para acabarla.
En cuanto a la
prueba en sí, me pareció un maratón espectacular, duro como pocos y muy bien
organizado, bien señalizado, con avituallamientos correctos y voluntarios
volcados. Enhorabuena y gracias a organización y colaboradores.
EPÍLOGO.
Tras llegar a
Galaroza, tarde de perros con molestias estomacales, frío metido en el cuerpo,
sensación de fatiga… Imposible cenar nada y la noche, aún peor: gases, dolores
y un continuo ir y venir al cuarto de baño. Que me iba “porlapatabajo”, vamos.
Al día siguiente
estoy algo mejor, pero no totalmente fino. Sigo sin poder comer decentemente y
profundizo el surco camino del trono. Lo achaco todo al rebujo de geles,
barritas, isotónicos y agua unido al sobreesfuerzo y me autodiagnostico un
acabamiento ciclista agudo.
El martes,
charlando con un compañero del curro, me pregunta si me había encontrado mal
del estómago el fin de semana. Sorprendido, le cuento mis penas y me comenta
que ¡de ocho que estuvimos almorzando juntos el jueves pasado, siete hemos
estado en similares circunstancias!
De esto hago dos
lecturas, una positiva y otra negativa. Siendo optimista, es bueno para la pelota encontrar una
explicación (excusa, pensarán algunos) al mal día pasado en Almonaster. Puede
que aún sea sólo un ciclista paquete y no un ciclista paquete totalmente
acabado. Pero lo malo viene al pensar cómo me habrá dejado esto de cara al
palizón que nos espera el próximo sábado, con los casi 160 km de la Extrema. En
fin, confiemos en que el cuerpo recupere.
P.D.: Tras acabar la prueba subí (en coche) a las primeras rampas del san Cristóbal y logré encontrar la palanquita aquella que se me había caído. Tengo que volver otro día, a ver si recupero también la autoestima ciclista, que se me debió de quedar perdida por allí.
molestias estomacales con gases es... tirarse peos como una loca!
ResponderEliminarun saludo cuartelero