Partamos
de la base de que a servidor, eso de las banderas, le pone muy, pero que muy
poquito. Bueno… casi todas…
Pero
al margen de esta consideración, tengo que hacer una confesión, necesito
soltarlo, me está quemando por dentro: ¡empiezo a estar hasta los mismísimos
cojones de la banderita roja, amarilla y lila! ¡Ea, ya lo he dicho!
¿Pero
éste no decía que era republicano? se preguntará alguno que me conozca. Pues no
os quepa la menor duda: no concibo cómo, usando el raciocinio, se puede ser
otra cosa. No entiendo qué esquemas mentales pueden llevar a alguien a
considerase, por nacimiento, superior al resto de sus paisanos. Y menos aún
entiendo a quien asume que, por nacimiento, alguien es superior a él. A estas
alturas de la película.
Pero
la cuestión es otra. Me da la impresión de que en este país, cuando se afirma
de alguien o de algo que es republicano se da por sentada su relación con la
izquierda política.
Republicano
= rojo en la Guerra Civil = aquel que luchó contra Franco = de izquierdas.
Tengo la percepción de que los que en estos días enarbolan la bandera tricolor no
están abogando por la instauración de una forma de estado más racional que la
monarquía, en la que la soberanía resida en eso que se da en llamar “El
Pueblo”. Más bien parece pretenderse una restauración, específicamente, de la
Segunda República y siempre con la presunción de que estaría bajo el liderazgo
de la izquierda.
Hay
que tener en cuenta que la Segunda República, avanzada para sus tiempos en
muchas cuestiones, sería hoy una venerable octogenaria, llena de achaques y
que, durante ella, hubo un periodo de gobierno de derechas.
Aunque
meramente anecdótico, resultó muy ilustrativo comprobar hace unos días cómo, en
el programa del “Guayomin”, a la pregunta formulada a ciudadanos que se
consideraban republicanos sobre si preferirían una monarquía con Felipe VI como
rey o una república presidida por José Mª Aznar, muchos de ellos eligieron la
primera de las opciones. Es evidente que no han entendido de qué va la película. Estamos
mezclando “meras con churrinas”. Se trata de optar por una forma de estado, de
decidir quién es aquí el que manda, si una familia descendiente de gabachos que
se pasa las llaves del cortijo de padres a hijos o todos y cada uno de nosotros
decidiendo quién queremos que ostente en cada momento la representación del estado.
Tampoco
alcanzo a explicarme la inquebrantable adhesión que profesa la mayoría de las
gentes de la derecha de este país hacia la institución monárquica. Ni eso ha sido
siempre así históricamente ni me da la impresión (puede que errónea) de que suceda lo mismo en otros lugares de este mundo.
Pienso
que no estaremos en condiciones de acceder a una forma de estado republicana
estable hasta que las gentes de izquierda no rompan esa identificación entre
república e izquierdas o hasta que deje de resultar raro oír a alguien afirmar:
“soy de derechas y republicano”.
En
cuanto a la bandera, pues eso, que me la trae al pairo ¿La rojigualda? ¿Por qué
no? Aunque... ahora que lo pienso, si a la tricolor le añadimos otros tres
colores, igual conseguimos ganar de una puta vez EUROVISIÓN.
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