martes, 10 de junio de 2014

¡QUÉ DURO HA SIDO EL CAMINO!

Y llegó Santa Ana, último maratón del provincial BTT antes del parón veraniego.

Importante madrugón el del domingo para llegar a buena hora y sin apreturas para, al final, enterarme de que la salida sería media hora más tarde de lo que yo pensaba. Llegué el primero a la mesa de entrega de dorsales, cosa que ya me sucedió en Santa Ana hace un par de años. Se preguntarán por allí quién será el taradito ese que se da tanta prisa para recoger el dorsal si luego no anda un pimiento.

Cuando estoy preparando las cosas me doy cuenta de que, con la caraja del madrugón, no había cogido herramientas, ni cámara. Pues mire usted que bien ¡como el recorrido no tiene pedruscos! Al menos, mi compañero Ernesto me proporciona una cámara. Gracias, amiguete.

Bien tempranito me meto en el cajón y a partir de ahí, no sé si por la falta de sueño, el solecito en la cabeza… se me empiezan a nublar las entendederas. A mi alrededor veo a multitud de gente ataviada con trajes de flamenca de los más variados colores y otros vestidos de corto, junto a sus caballos metálicos y tocados con cascos de ala ancha.



Suenan cohetes y la comitiva se pone en marcha. Bonito espectáculo con las luces del alba realzando el colorido de la caravana que se dispone a afrontar un duro camino para alcanzar el destino tan anhelado tras un año de espera.

No sé si sería por cosas del sorteo del número del carro o porque mi caballo llevaba un paso cortito, pero la cuestión es que me encontraba en una zona bastante trasera de la comitiva y sin muchas ganas de cantar sevillanas.

El mal estado de los caminos me obligaba a descabalgar a menudo de mi montura y a llevarla de reata. En otras zonas, en cambio, daba gusto galopar junto al curso de unas riveras espectaculares, disfrutando de esas inolvidables vivencias que depara el camino. Porque, ¡decidme si no es una inolvidable vivencia quitarle las pegatinas al amiguete Benito en un zona técnica en bajada!

Voy hidratándome convenientemente, con rebujito en un bote y una palomita de isotónico en el otro, a la vez que me alimento con barritas de jamón de pata negra y geles de gamba blanca de Huelva. Hay que evitar los desfallecimientos, que luego la resaca es “mu” mala.



Tras las zonas de senderos, el paisaje se abre entre dehesas. Parece que el caballo se siente más a gusto en ese entorno y empieza a acelerar el paso, poniéndose en un trotecillo ligerito e incluso, por momentos, soltando algún galope tendido. Por allí veo a algún peregrino con la cara de un mono en la medalla, un compañero de mi hermandad que había tenido sus más y sus menos con un estribo y se vio en el suelo al no poder sacar el boto a tiempo.

Al vadear “el charco”, veo una de esas estampas emotivas que se quedan grabadas a fuego en la retina: el Pomares vestido de gitana recibiendo su bautizo rociero (1).

Ya queda menos, un último esfuerzo y todo un año de espera habrá tenido sentido. Las emociones se agolpan en el corazón del peregrino cuando siente la proximidad de la ermita.

Pero… ¿quién coño ha puesto la ermita allí, “en toloarto”? ¿Otros años no se llegaba por unos llanos, con arena y entre pinares? Habrán cambiado el camino, por culpa de los putos linces. La mierda del gatito ese, que no hace más que tirar el dinero público y no aprende ni a mirar a los lados al cruzar las carreteras.

Pero nada iba a quebrantar la fe de este peregrino. Al ritmo que buenamente podía el caballo, poco a poco pero sin descabalgar en ningún momento, fui recorriendo los kilómetros, los metros, los pasos que me separaban de ella, hasta que apareció entre el gentío, esa visión incomparable reluciendo más que el sol: ¡la meta de los cojones! Creí que este año no llegaba.




No puedo asegurar que fuese exactamente así como sucedió todo. Lo mismo tengo la memoria un poco pastosa después  de haberme ido al Rocío ¡a ver a la SEÑORA! (2) sin haber podido descansar tras el maratón de Santa Ana.

  

Ahora, un poco más serio, quiero agradecer a los organizadores su trabajo para preparar un maratón entretenidísimo. Para mi gusto sobró algún tramo del primer bucle que obligaba a patear a todo el mundo. Eso sí, la zona del sendero de “Los Molinos”, tremendamente divertida y muy bonita.

Como defecto a mejorar, quizá faltó algo de señalización. Hubo gente que se perdió y yo, en un cruce, tuve muchas dudas sobre cuál era el camino correcto. Casi todo el trayecto estaba bien señalizado, pero había algún punto que provocaba dudas. Lo dicho, un pequeño detalle a mejorar en próximas ediciones de este gran maratón.



(1) Pomares ¿no querías que te sacase en la crónica? Pues ahora te jodes, sales vestido de gitana. Eso sí, lo de que estaba en la rivera, tan pancho, pegándose un baño es rigurosamente cierto.
   

(2) A mi señora, se entiende.




Hasta la próxima.


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