Y llegó
Santa Ana, último maratón del provincial BTT antes del parón veraniego.
Importante madrugón el del domingo para llegar a buena hora y sin apreturas para, al
final, enterarme de que la salida sería media hora más tarde de lo que yo
pensaba. Llegué el primero a la mesa de entrega de dorsales, cosa que ya me
sucedió en Santa Ana hace un par de años. Se preguntarán por allí quién será el
taradito ese que se da tanta prisa para recoger el dorsal si luego no anda un
pimiento.
Cuando
estoy preparando las cosas me doy cuenta de que, con la caraja del madrugón, no
había cogido herramientas, ni cámara. Pues mire usted que bien ¡como el
recorrido no tiene pedruscos! Al menos, mi compañero Ernesto me proporciona una
cámara. Gracias, amiguete.
Bien
tempranito me meto en el cajón y a partir de ahí, no sé si por la falta de
sueño, el solecito en la cabeza… se me empiezan a nublar las entendederas. A mi
alrededor veo a multitud de gente ataviada con trajes de flamenca de los más
variados colores y otros vestidos de corto, junto a sus caballos metálicos y tocados
con cascos de ala ancha.
Suenan
cohetes y la comitiva se pone en marcha. Bonito espectáculo con las luces del
alba realzando el colorido de la caravana que se dispone a afrontar un duro
camino para alcanzar el destino tan anhelado tras un año de espera.
No sé
si sería por cosas del sorteo del número del carro o porque mi caballo llevaba
un paso cortito, pero la cuestión es que me encontraba en una zona bastante
trasera de la comitiva y sin muchas ganas de cantar sevillanas.
El
mal estado de los caminos me obligaba a descabalgar a menudo de mi montura y a llevarla de reata. En otras zonas, en cambio, daba gusto galopar junto al curso
de unas riveras espectaculares, disfrutando de esas inolvidables vivencias que depara
el camino. Porque, ¡decidme si no es una inolvidable vivencia quitarle las
pegatinas al amiguete Benito en un zona técnica en bajada!
Voy
hidratándome convenientemente, con rebujito en un bote y una palomita de isotónico
en el otro, a la vez que me alimento con barritas de jamón de pata negra y
geles de gamba blanca de Huelva. Hay que evitar los desfallecimientos, que
luego la resaca es “mu” mala.
Tras
las zonas de senderos, el paisaje se abre entre dehesas. Parece que el caballo
se siente más a gusto en ese entorno y empieza a acelerar el paso, poniéndose
en un trotecillo ligerito e incluso, por momentos, soltando algún galope tendido.
Por allí veo a algún peregrino con la cara de un mono en la medalla, un
compañero de mi hermandad que había tenido sus más y sus menos con un estribo y
se vio en el suelo al no poder sacar el boto a tiempo.
Al
vadear “el charco”, veo una de esas estampas emotivas que se quedan grabadas a
fuego en la retina: el Pomares vestido de gitana recibiendo su bautizo rociero
(1).
Ya
queda menos, un último esfuerzo y todo un año de espera habrá tenido sentido. Las
emociones se agolpan en el corazón del peregrino cuando siente la proximidad de
la ermita.
Pero…
¿quién coño ha puesto la ermita allí, “en toloarto”? ¿Otros años no se llegaba
por unos llanos, con arena y entre pinares? Habrán cambiado el camino, por
culpa de los putos linces. La mierda del gatito ese, que no hace más que tirar
el dinero público y no aprende ni a mirar a los lados al cruzar las carreteras.
Pero
nada iba a quebrantar la fe de este peregrino. Al ritmo que buenamente podía el
caballo, poco a poco pero sin descabalgar en ningún momento, fui recorriendo
los kilómetros, los metros, los pasos que me separaban de ella, hasta que
apareció entre el gentío, esa visión incomparable reluciendo más que el sol: ¡la
meta de los cojones! Creí que este año no llegaba.
No puedo asegurar que fuese exactamente así como sucedió todo. Lo mismo tengo la memoria un poco pastosa después de haberme ido al Rocío ¡a
ver a la SEÑORA! (2) sin haber podido descansar tras el maratón de Santa Ana.
Ahora,
un poco más serio, quiero agradecer a los organizadores su trabajo para
preparar un maratón entretenidísimo. Para mi gusto sobró algún tramo del primer
bucle que obligaba a patear a todo el mundo. Eso sí, la zona del sendero de “Los
Molinos”, tremendamente divertida y muy bonita.
Como
defecto a mejorar, quizá faltó algo de señalización. Hubo gente que se perdió y
yo, en un cruce, tuve muchas dudas sobre cuál era el camino correcto. Casi todo
el trayecto estaba bien señalizado, pero había algún punto que provocaba dudas.
Lo dicho, un pequeño detalle a mejorar en próximas ediciones de este gran maratón.
(1) Pomares
¿no querías que te sacase en la crónica? Pues ahora te jodes, sales vestido de
gitana. Eso sí, lo de que estaba en la rivera, tan pancho, pegándose un baño es
rigurosamente cierto.
(2)
A mi señora, se entiende.
Hasta
la próxima.
Que bueno !
ResponderEliminarInspiradisimo!!!
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